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VII. Deporte

 

21. Deporte y sociedad industrial
22. Deporte y valores educativos
23. Palabra y deporte, la ecuación perversa
24. Hablemos de deporte real
25. Deporte extremo y entrenamiento militar
26. Interludio: calidad frente a cantidad (En busca de criterios para un enfoque interno del trabajo corporal)  

 

 

 “Si, según se ha repetido con frecuencia, el desarrollo industrial está ligado a una contracción anímica y vital, se explica entonces la dificultad del ejercicio exterior (al igual que toda relación directa, también con el afecto o la risa) y la necesidad de estimularlo con la competición… Nuestra frenética actividad física tiene el fin espiritual de blindar el cuerpo, hacerlo impermeable a cualquier contaminación anímica, asegurando que a través de la sensibilidad no entre un desconocido exterior. Igual que en otros campos, lo que se busca en esta modernidad tardía es, no reprimir, sino controlar los sentidos en su misma fuente”.

Ignacio Castro Rey (77)

 

 21. Deporte y sociedad industrial

Quiero detenerme ahora en lo deportivo porque en este fenómeno confluyen de forma transparente muchas de las mistificaciones en las que nos desenvolvemos. Casi todos los apartados que confluyen en este libro (desde este primero del trabajo corporal hasta los que le siguen con el estudio de lo saludable o enfermizo, y lo marcial a continuación) van a verse ilustrados por este fenómeno que hoy llamamos deporte.

José Luis Salvador, en un estudio reciente, introduce el tema con un título que ya es elocuente: “Contextualización de los deportes como inherentes a la cultura occidental (78). Esta es la primera cuestión que no debemos olvidar: el deporte tal como hoy lo entendemos es una creación occidental que surge con su revolución industrial y se desarrolla y afianza a lo largo del siglo XX. Los propagandistas tienden a hacer de su último invento expresión de algún valor universal que ha existido desde siempre. Y seducidos por el brillo de sus anuncios o agotados por el bombardeo de sus discursos, nuestro espíritu cede ante las más gruesas mentiras.

Los actuales deportes tienen sus soportes reales en el olimpismo moderno (surgido de la iniciativa teórica y práctica de Pierre de Fredy, barón de Coubertin a principios del siglo XX), y en la implantación de los llamados deportes de masas (el fútbol europeo y americano, seguido por el básquet, y otros de ejercicio más regional, pero que siguen sus mismos criterios). Estas prácticas han sido normalizadas también en el mismo siglo, y aupadas en las últimas décadas a su actual relevancia por la omnipresencia de la televisión.

Cualquier parecido del actual olimpismo con las olimpiadas de la Grecia clásica obedece a la fascinación romántica que se desplegó en las élites europeas del siglo XIX (79). Estas élites comenzaron por idealizar lo que de hecho eran aquellas olimpiadas. Sin entrar en que, como menciona Salvador,

“… cultivar y modelar el cuerpo, entender las capacidades y las diversas destrezas físicas como el conjunto de una totalidad armónica, era la distancia social que ponían las clases altas griegas que vivían a costa del trabajo de miles de esclavos, no consideraban a la mujer como un ser humano (Aristóteles, Política, Lib. VII, XVI), y su única ocupación parecía ser la guerra, las competiciones clásicas griegas pasaron de ser un ritual religioso austero y respetuoso con las normas sacras a unos juegos en lo que primaba la chabacanería, un profesionalismo circense de gentes que iban de feria en feria montando sus groseros combates, y espectadores soeces y desmoralizados en todos los sentidos de la palabra… en esta realidad, [se produce] un fulgor luminoso que conocemos como el siglo de Pericles (entre los siglos V y IV a. C.)”(80).

En cuanto a los deportes de masas, su antecedente espectacular se puede buscar remontándonos al circo romano (suficientemente recreadas en el cine popular desde Ben-Hur hasta Gladiator), y a las justas medievales creadas primero por necesidades bélicas de entrenamiento de la caballería, y después por las económicas de aquellos caballeros que necesitaban ir de torneo en torneo o de asalto en asalto para terminar en el puro bandolerismo y pillaje de caminos y aldeas. En la idealización de estos nobles entretenimientos surgieron el amor caballeresco y la figura del caballero andante en el interior de una reinterpretación del platonismo griego en el que el cuerpo no es más que “la cárcel del alma”.

“Asceta, del griego askesis, es el régimen de vida del atleta, lleno de ejercicios y privaciones…. Su primera casa y su primer club placentero, es también el primer cuartel y el primer convento”(81).

Y continúa Salvador:

“Comprobamos cómo se une el trabajo del joven griego para esculpir exteriormente su cuerpo con el sacrificio del cristiano para dominar interiormente el suyo”(82).

El estatuto del deporte contemporáneo emana pues de la revolución industrial en Europa, y se convierte en fenómeno mundializado por el triunfo de sus modelos económicos, sociales y políticos en las últimas décadas, y la implantación de los actuales medios de comunicación de masas. ¿Qué es lo que define al deporte actual, un fenómeno nuevo e inexistente, insisto, hasta estos tiempos recientes? En primer lugar, su naturaleza económica. Y, desde esa supremacía de lo económico-mercantil, su función como modeladora y moderadora de los modos de vida contemporáneos en sus vertientes activas y pasivas: como tarea autoimpuesta bajo la presión de las instituciones político-económicas en la cuasi-obligatoria práctica deportiva de los ciudadanos y, pasivamente, como ejercicio de creación, canalización y sublimación de elementos identitarios de masas a través de su espectacularización(83).

Esta nueva actividad de la producción industrial y post-industrial, cuyas cuentas se podrían comparar a las de cualquier otro sector boyante de la economía y el mercado global, se ha construido a partir de la apropiación del impulso natural al juego y el movimiento que ha acompañado y acompaña al ser humano desde su propia base física-animal. El cachorro humano se mueve y disfruta de un placer indisociable al propio movimiento y a los múltiples juegos de descubrimiento e interacción que el mismo le proporciona. Que a este impulso al movimiento, al descubrimiento, al contacto e interacción con lo otro y los otros se le pretenda ahora práctica deportiva desde la primera infancia resulta alarmante, y sólo es comprensible, en las dimensiones actuales, desde una intención o ignorancia manipuladoras.

 

 

22. Deporte y valores educativos

Es realmente significativo el grado de implantación del discurso educativo ligado al deporte que caracteriza a nuestras instituciones políticas y culturales. Usaré como ejemplo una página de un diario local (84) pues bien sirve como muestra de un fenómeno universal en nuestro entorno. El titular de la página es Divulgando los beneficios del deporte. Anunciando que ha sido “patrocinada por el Departamento para las Relaciones Sociales e Institucionales de la Diputación Foral de Gipuzkoa”, y da cuenta de la puesta en venta de un póster para la principal feria anual del libro y disco vascos. El póster que ilustra las tres cuartas partes de la página lleva como título “25 razones para hacer deporte” y consta de otras tantas viñetas con dibujos de niños practicando distintos deportes clasificadas todas ellas en tres grupos con los títulos: Beneficios Psicológicos, Beneficios Sociales y Valores Educativos. No consigo apreciar ninguna diferencia entre las viñetas que ilustran un apartado y otro (se trata de una combinación aleatoria de deportes individuales y de grupo, los llamados rurales o autóctonos y los olímpicos, los que se hacen a cubierto y al aire libre). El profesor-autor del póster –explica el breve artículo– acaba de publicar dos libros sobre este tema llamados 25 beneficios psíquicos, sociales y de valor educativo, y 30 beneficios en la salud. Resumiendo todos estos beneficios encontramos esta lista:

“… educa en la Igualdad entre chicos y chicas, en la Multiplicidad Cultural, en la Colaboración en el trabajo, en la Aceptación del Cuerpo propio y ajeno, en las Costumbres Saludables, en la Cultura del ocio… Entre los Beneficios Psicológicos, la Calidad de vida y el Bienestar psicológico, la elevación del Ánimo, la mejora en la Autoestima, la ayuda en una apropiada Salud Mental, la facilitación de recursos para enfrentar las situaciones de Estrés, posibilita la disminución de la Angustia, aligera los sentimientos Depresivos y ayuda en el desarrollo de la Atención. Los Beneficios Sociales son su potencial Socializador, la Integración de los inmigrantes, su ayuda en evitar Comportamientos inadecuados y antisociales, hace frente a las Drogodependencias, la Integración de los disminuidos físicos, la Igualdad de la mujer, el Patrimonio Cultural (se refiere a los deportes rurales que, literalmente en euskera se llaman “deportes populares”), estimula por fin los rendimientos Escolares y las buenas costumbres para el Ocio. En cuanto a los Valores Educativos, se nos recuerdan la Deportividad y el Juego Limpio, el Espíritu Solidario, el Respeto, la Responsabilidad, la cultura del Esfuerzo, el impulso de Superación, el Autocontrol y la Autodisciplina”.

Lo primero que llama la atención es el hecho de que sea suficiente una enumeración con todos esos nombres de Valores con mayúscula. Una enumeración por cierto, que podría asemejarse en muchos puntos a las listas de beneficios que acarrea la práctica del taichi, del qi gong o la meditación a la que nos tienen acostumbrados los propagandistas de nuestras materias. Quien redacta estas listas da por hecho que se trata de evidencias, que cualquier persona sensata no hará más que reconocer. Así es como funciona la publicidad, y lo preocupante es el grado de incorporación de las certezas que implican las maneras publicitarias entre nosotros.

Hay que señalar también que esta campaña de un gobierno provincial coincide con las disputas en la interpretación y cumplimiento de la Ley Vasca del Deporte aplicada al deporte escolar, y que saltaron aquellos meses a la prensa. Se trata de la pelea de los clubes o federaciones deportivas más influyentes por captar niños potencialmente rentables en las edades más tempranas para dirigirlos a un entrenamiento intensivo o de tecnificación (85). Una ley que establece límites entre los 8 y los 11 años (!), según los casos, para esta captación. El conflicto surge ante las dificultades generadas para su aplicación por parte de quienes opinan que es mucho mejor comenzar con el entrenamiento intensivo a los 5, 3 o 0 años (me contengo para no entrar en el tema de la planificación genética de los futuros héroes deportivos tan rentables, tan salvapatrias, tan educativos). La cuestión es sencilla: si la práctica del deporte contiene semejante potencial, ¿cómo no aplicarlo cuanto antes, incluso desde antes del principio? Reconozcamos que los dignatarios políticos se encontrarán en dificultades para defender sus matizaciones con respecto a la conveniencia o no de tal o cual intensidad en una edad u otra, cuando han tragado con la cuestión medular: el Deporte como Bien Absoluto.

 

 

23. Palabra y deporte, la ecuación perversa (86)

Es momento de detenernos en una cuestión que adelantábamos en los capítulos preliminares: la función y el sentido de las palabras. En ésta, como en el resto de cuestiones que iremos señalando, el uso adecuado o perverso de las palabras (no cabe inocencia a partir de un punto), nos conduce a la iluminación de espacios de conocimiento, o a su bloqueo o evitación. El uso que hacemos de las mismas es parte de nuestros intentos por acotar, controlar o imponer nuestras posiciones; llegamos a secuestrar sentidos y significados para llevar el agua a nuestro molino.

Y el caso del deporte resulta paradigmático en cuanto a la deliberada distorsión del significado de las palabras. Tras esta distorsión, cualquier juego que implique movimiento y cualquier actividad corporal sin objeto productivo o reproductivo es deporte. Esta es la primera conversión, un verdadero secuestro de significados al que nos vemos sometidos a diario. Y cuanto mayor potencial mercantil-espectacular encierre esta conversión, más agresiva será la operación de secuestro. El siguiente paso consiste en mentir insistentemente sobre lo que el deporte reporta (y ya sabemos que una mentira mil veces repetida “se convierte en verdad”). “Deporte es salud”, se nos dice, “deporte es fomento de Valores”… Y casi sin darnos cuenta, picamos el anzuelo: los elementos saludables, lúdicos, de descubrimiento y socialización –a veces dolorosa, no lo olvidemos– implícitos en el juego y el contacto corporal sin objeto productivo estrictamente material (que incluye mil formas de ejercicios rescatados de usos y costumbres que tuvieron alguna utilidad productiva o social en otras épocas), son los elementos saludables del deporte, ya que todas esas prácticas, se nos repite, son deportivas. Amén. Y digo amén porque esta mentira se nos inculca con tal insistencia que nos sentimos abocados a aceptarla como el más rígido de los dogmas de otros tiempos. Repito la ecuación: juego y ejercicio corporal = deporte = salud = bienestar físico, psicológico y social = fomento de Valores.

Como digo, cuanto mayor es el potencial de explotación mercantil o de beneficio político de una actividad humana en sus variables complementarias de espectáculo y negocio, mayor será la presión para convertirla en bien social y cultural (por supuesto, se nos replicará, si no hay dinero, ¿cómo va a haber educación y cultura?). Si hoy se promociona más el fútbol o la pelota a mano como deportes en mi país, no es porque encierren cualidades incomparablemente superiores a otros juegos (he pasado miles de horas detrás de un balón o una pelota en mi infancia y juventud, y sé que esos juegos encierran cualidades indiscutibles). Si hoy muchos padres fantasean con superar sus frustraciones convirtiendo a sus niños en estrellas del balón, en manomanistas de la pelota, en pilotos de fórmula-1 o en atletas olímpicos, según los iconos del deporte en boga, no es por su potencial educativo. Si estos padres estarán encantados de entregar a sus infantes a las instituciones que los conviertan en las máquinas más poderosas sin reparar en el precio que esos niños habrán de pagar por ello, no es precisamente por su potencial educativo.

Pero, ya que nos encontramos ante una cuestión paradigmática, y antes de bajar a nuestro terreno más específico (las “artes marciales”, el tai chi chuan…), merece detenerse para hablar del deporte real.

 

 

24. Hablemos de deporte real(87)

El deporte real es el que practican los deportistas profesionales (resulta ridículo pretender todavía que en las olimpiadas pueda participar un aficionado, como dicen sus normas), aunque también merece este nombre el practicado por miles, quizá millones de aficionados que son émulos de los profesionales, e incluso les superan en aptitudes reales. Obviamente, tras lo dicho hasta ahora, no es deporte el juego, el ejercicio físico, cualquier forma de trabajo o ejercitación de una destreza corporal (que incluye expresiones artísticas como la danza o el teatro) que no esté regida por lo que otorga al deporte su realidad: la primacía de la superación de una marca como fin último y determinante de todo su diseño, la supeditación de su concepción y práctica a los intereses económicos o políticos propios o de otros, la exacerbación de los elementos competitivos (ganar a cualquier precio) o espectaculares, con todos los elementos asociados al espectáculo de masas (recordemos que es espectáculo de masas cualquier actividad que salga por la televisión ¿de qué elementos deportivos se componen si no actividades como las carreras de fórmula 1?).

Es importante entender que estos elementos constitutivos del deporte son tan celosos de sí mismos, que cualquier otro que pudiera venir asociado a la actividad o juego antes de ser convertido en tal quedará excluido o completamente supeditado ellos. Esas cualidades originarias del juego deliberadamente excluidas por su incompatibilidad con el deporte, ocupan sin embargo en él la función propagandística, aunque sólo engañen a los que deseen ser engañados (88). Incluso se han creado palabras derivadas de deporte –como deportividad– para designar cualidades incompatibles con su práctica real: ¿quién puede pretender mostrar solidaridad en una carrera donde sin instinto predador es imposible dar el primer paso? ¿Quién hablar de ejercicio saludable en cabalgadas a pleno sol o bajo la nieve o la lluvia gélida caminando, corriendo o en bicicleta cuando sus practicantes saben que lo principal para sobrevivir es aprender a sufrir hasta la extenuación? Copio del periódico:

“El caso Heras, el positivo por EPO del único ciclista que ha ganado cuatro veces la Vuelta a España, ha generado una extraordinaria unanimidad entre todos aquellos que han dedicado parte de su tiempo a reflexionar (sic) sobre el deporte que ha edificado su historia y su credibilidad sobre conceptos tan elevados como leyenda, sufrimiento, épica. Todos coinciden: el ciclismo, el deporte desmesurado del que nos habíamos enamorado, está muerto… El deporte del sudor y del esfuerzo, el de las metáforas hermosas, etc.”(89).

¿Pero alguien piensa que esto es una perversión del deporte? ¿Quién puede pretender evitar el consumo de sustancias que, por otra parte el resto de los mortales está autorizado a usar a discreción, cuando en los deportistas están en juego dinero, títulos, en fin, todo y lo único que está en juego en el deporte profesional, el deporte real?

Recuerdo alguna entrevista a Miguel Indurain en el que el ingenuo entrevistador le comentaba la cantidad de países que le había permitido conocer su trabajo. “Yo no veo nada –era más o menos la respuesta–, sólo la carretera igual a sí misma allá donde estoy”. Una entrevista que, por otro lado me impresionó por la cantidad de veces en que el hombre repetía que él “lo hacía lo mejor que podía”. Parecía quitar mérito a sus hazañas y a su falta de recursos más allá de los propios de un hijo de campesinos que no había hecho otra cosa que montar en bici desde los 15 años. “Lo hago lo mejor posible”, parecía necesitar repetirse. Tras retirarse, harto de las exigencias y presiones a los que estaba sometido como gran campeón, fue a una tienda a comprar una bici para dar una vuelta de vez en cuando. “¿Cómo la quieres?” –le preguntaron. “Pues una como las que he usado”, contestó. Y confesó quedarse pasmado de lo cara que era. Él sólo veía la carretera y procuraba hacerlo lo mejor posible.

Podríamos llenar miles de páginas hablando de uno y otro caso, de uno y otro deporte, pero toda esta información está al alcance de cualquiera, no ya en las publicaciones especializadas, sino en el tercio aproximado del tiempo y el espacio total que acapara el deporte en los servicios informativos de cualquier televisión pública o privada, en los diarios de derechas y de izquierdas. Todavía quedará alguien que proteste diciendo que eso no es el deporte, que ahí sólo hablan de fútbol. Que ni siquiera de fútbol, que se pasan el tiempo hablando del Real Madrid o del Barcelona (si se trata de una cadena de televisión estatal española), o del equipo de fútbol local en cada periódico de provincias. La respuesta cae por su peso: es eso y no otra cosa lo que es el deporte, el deporte real.

 

 

25. Deporte extremo y entrenamiento militar

Sólo me pararé todavía en un punto que merece ser traído a consideración a la hora de hablar de la naturaleza del deporte. Que estas prácticas contemporáneas sustituyan y realicen funciones antes asignadas a los ejércitos no es difícil de ver, pero merece ser traído a la luz por varias razones.

Por un lado, las guerras tienen mala prensa entre los consumidores de salud y educación deportivas de las clases medias occidentales. Por otro, es evidente el carácter guerrero de muchas de las prácticas que se reivindican como predecesoras o inspiradoras del olimpismo y el deporte modernos. En la Grecia clásica los juegos olímpicos originales consistían ante todo en lanzamientos de armas y en lucha. Allí o en la Edad Media, eran practicados por los jóvenes soldados en las pausas de paz para mantener a punto sus armas y habilidades. Y, finalmente, incluso hasta el principio de la revolución industrial, lo practicaban exclusivamente los hijos de las clases nobles (no las clases populares, no la infantería, la “carne de cañón”). No es de extrañar que en las actuales jerarquías deportivas mundiales quede un resto muy significativo de aristócratas, miembros de casas reales y militares retirados. Por último, está el hecho de que suele reivindicarse nuestra práctica (el tai chi chuan) como “arte marcial”, y de que los debates sobre la conveniencia o no de la competición, o incluso de su posible carácter deportivo, tienen que ver directamente con estas consideraciones.

Decía que la guerra tiene mala prensa entre los bienintencionados impulsores del deporte. Esta mala prensa viene desde el mismo fundador del olimpismo moderno que se propuso una utilización de los juegos para fomentar la paz. Que después hayan estado atravesados por todos los conflictos armados del siglo XX es otra cuestión. Pero, a pesar de esta mala prensa, y de todos los intentos por ocultar los lados no confesables de unas prácticas tan nobles, de vez en cuando salpican a los noticiarios informaciones sobre estrictas tácticas de entrenamiento de guerra aplicadas a grupos de deportistas de élite. Un titular, entre otros: Deporte paramilitar. Australia y Sudáfrica recurren a métodos castrenses de entrenamiento. Se trata de pequeños escándalos sin mayores consecuencias que algún interesado filtra a la prensa (los entrenadores no son cesados de sus cargos, solo invitados a moderarse). En ellos se habla de métodos de entrenamiento en los que, sin previo aviso, los deportistas son tratados como marines en maniobras con persecuciones, emboscadas, disparos:

“Los jugadores del equipo eran forzados a desnudarse y a hinchar balones de rugby en un lago con aguas muy frías, y dejados allí como dianas. Abandonados entre la maleza eran disparados y amedrentados con armas de fuego cada cuarto de hora. Etc.”(90).

Estas prácticas, aplicadas muy frecuentemente de una forma explícita o encubierta en los entrenamientos de élite, se explican como el loable intento de “sacar lo mejor” de cada deportista, de llevarlo a las situaciones límite que tiene que conocer para enfrentarse a una lucha en la que se la va a exigir superar todas sus barreras físicas y anímicas. Que entre los Valores Educativos que arriba mencionaba se concluya con la mención a la cultura del Esfuerzo, el impulso de Superación, el Autocontrol y la Autodisciplina concuerda perfectamente con estas experiencias castrenses como constitutivas del verdadero espíritu deportivo (¿dónde se harán hombres los machos, ahora que el paso por el ejército ha dejado de ser obligatorio? Son cuestiones que preocupan a cualquiera interesado en el porvenir de nuestra Civilización).

He leído también a un conocido columnista que “en los colegios británicos los principios morales que deben aplicarse a la conducta se extraen del deporte. Para convertirse en una estrella de la política o de las finanzas hay que combinar el zarpazo con el swing”(91). Y hay quien interioriza todos estos principios y decide llevarlos a su extremo practicando, por ejemplo, el Cross Fit, un invento norteamericano con “50 sucursales en 21 Estados y cinco países cuyo sitio web recibe la visita de 25.000 visitantes semanales”. Para su creador, “el rechazo a sus ejercicios extremos sólo le ayudan a eliminar a la gente que él considera con poca voluntad. Si encuentras la idea de caerte de las anillas y romperte el cuello tan ajena, no te queremos en nuestra filas”, dice. Un practicante que había sufrido rabdomiólisis (se produce cuando la fibra muscular se rompe y entra en el torrente sanguíneo envenenando los riñones, con peligro de muerte) lo explica así: “Para mí, forzar el cuerpo hasta el punto en que los músculos se destruyen es un enorme beneficio del Cross Fit(92). Se puede objetar a esto que la sicopatología o la locura conciernen a todos los ámbitos de la actividad humana. Es cierto que la dosis transforma una medicina en veneno o viceversa, pero no creo que ésa sea la única reflexión que merecen estos locos que aplican al pie de la letra los valores que decimos desear para la educación de nuestros jóvenes en la salud.

 

 

26. Interludio: calidad frente a cantidad
(En busca de criterios para un enfoque interno del trabajo corporal)

¿Para qué dedicar tantas palabras a hablar del deporte, de algo que –algunos pensarán– no nos incumbe? Será una pregunta que venga a la cabeza de más de un lector de estas páginas. Cuando trato de asuntos que podríamos llamar corporativos con otros colegas, profesores de taichi como yo, éste suele ser un asunto embarazoso: bien porque algunos lo consideran superfluo (ese “no nos incumbe”), bien porque puede resultar problemático entrar en “disquisiciones ideológicas” con personas que, efectivamente, vienen “a hacer deporte” cuando se acercan a una clase que impartimos, y mucho más cuando tengamos que tratar con otros colegas que han decidido arrimarse a esa corriente que de forma inmediata otorga o promete gratificaciones en forma de legitimidad o subvenciones…

Que el deporte moderno de masas, consumido activa y pasivamente, sea un producto de las sociedades industriales, cuadra perfectamente con el proceso de automatización impuesto por la revolución industrial. Su evolución postmoderna como tarea obligatoria y espectáculo en las sociedades postindustriales confirma la importancia del asunto. El ser humano identificándose o reconociéndose en los ciclos productivos y reproductivos de la biosfera a la que no podía sino sentirse indisociablemente ligado asumiendo el cuerpo como una máquina, liberado de parte de las servidumbres a las que ha estado sometido a lo largo de la historia, pero alienado a su vez de las vivencias unitarias que eran indisociables de tales servidumbres, ha quedado atrás. El deporte moderno y postmoderno es una manifestación más del poder de la mente humana y de sus desarrollos tecnológicos para terminar por liberarse de toda servidumbre corporal, aunque tal liberación no pueda ser calificada a veces sino como patología. ¿Por qué someterse a los límites del cuerpo si es posible romperlos y superarlos? Y aun en el caso de que podamos distanciarnos con relativa facilidad de las consecuencias de estas posiciones en el estricto campo deportivo, ¿cómo respondemos cuando las servidumbres del cuerpo significan dolor, enfermedad, decadencia y muerte? Porque no podemos olvidar que hablar del cuerpo es hablar de su condición perecedera, abocada a la muerte. Intervenir sobre él, incluso en la más inocente de las sesiones gimnásticas, es hacerlo sobre las cuestiones existenciales…

En los círculos de práctica del taichi, decir “interno” suele querer significar valioso, digno, superior, lógicamente en relación a otras prácticas o enfoques que automáticamente se consideran “externos”. Por eso voy a recurrir en más de una ocasión a esta calificación para tratar de dar pistas que, entre otras cosas, sirvan para clarificar tópicos recurrentes. El primero de ellos es que no hay nada que sea intrínsecamente “interno” y que, por lo tanto, convierta automáticamente en valioso, digno o superior aquello que es considerado como tal. Con lo cual estoy diciendo que, como ocurre en cualquier polarización (yin-yang decimos nosotros), es en función de aquello a lo que lo comparemos que podremos asignar a algo una posición interna o externa. En este caso, y por esa tendencia a la que nos inclinamos desde la debilidad o la pereza, el uso mismo de estos términos polarizantes deja de ser útil cuando les asignamos connotaciones moralizantes: cuando interno es “bueno” (y, por lo tanto, externo “malo”) no vamos a llegar muy lejos, si no es a fáciles justificaciones.

Con todas estas prevenciones, me referiré como digo a los llamados “enfoques internos” de las “artes marciales”, tratando de facilitar mis explicaciones alrededor de los temas que vayamos tratando. Y en este caso, cuando es el-cuerpo-de-la-modernidad y el deporte contemporáneo lo que ha ocupado nuestras reflexiones, “interno” quiere decir necesariamente cualitativo. Y atención, porque en el más cuantitativo de los aspectos de un ser humano –su naturaleza corporal y las intervenciones que realice sobre el cuerpo–, la cantidad siempre será relevante y referente fundamental. Todo lo que hagamos en el cuerpo y sobre él tendrá alguna expresión cuantificable, pero nuestro enfoque no estará determinado por ese horizonte. Más no será el criterio (más fuerte, más suave, más rápido, más lento, más duro, más blando,  y las infinitas características que pueden ser asignadas a la materia en estado de reposo o movimiento). Más no es mejor, es simplemente más. Puede que sea adecuado (y entonces será mejor) o puede que no. Un enfoque interno, esto es, uno que tiene en cuenta sobre todo la interioridad de los fenómenos, aquello que no necesariamente es cuantificable –o no al menos en su integridad–, se referirá sobre todo a aspectos cualitativos y de relación. Y el deporte (no lo olvidemos, ese invento de los últimos decenios), comienza en la exasperación de lo cuantitativo. Es extremadamente externo por superficial, por simple, aunque su fomento tenga tan profundas consecuencias. Su capacidad de relación se limita a una medida con respecto a otra (en milímetros, en décimas de segundo), a un gol o un tanto de más o de menos.

Tonificar el cuerpo o relajarlo, fortalecer la musculatura o estirarla, resistir una presión o dejarla pasar siempre será relativo en función de otras variables a las que tendremos que atenernos. Y estas variables, tratándose del ser humano, son siempre y necesariamente de naturaleza no-corporal. Por eso, antes de volver sobre los criterios fundamentales de la práctica del tai chi chuan como actividad corporal, debemos tomar en cuenta el resto de aspectos de la naturaleza humana a los que ya hemos dedicado alguna atención(93).

 


NOTAS

(77) Cuerpos Tallados, en La Explotación de los Cuerpos, Ed. Debate, 2002.

(78) José Luis Salvador, 2004, El Deporte en Occidente. Historia, Cultura y Política. Cátedra Ed.

(79) Ya nos hemos referido a este fenómeno para ubicar al taichi en analogía con la aparición de la música culta (II. ¿Es un arte el tai chi chuan?, pág. 33 ss.).

(80) Ídem.

(81) Ortega y Gasset, Origen deportivo del Estado, mencionado por Salvador.

(82) Op. cit.

(83) “Los deportes son expresión de una movilidad mundial de la mercancía que ha alcanzado a la carne del ser humano, poco a poco convertido en cifra, en medio abstracto de un fin genérico”.Ignacio Castro Rey en la obra citada.

(84) El Diario Vasco, San Sebastián, 7 de diciembre de 2005 (las citas son traducciones del original en lengua vasca).

(85) “Tecnificación” es el término que se utiliza para designar al entrenamiento intensivo de los atletas en su puesta a punto para la alta competición. Todos hemos tenido noticia de los efectos de tales procesos intensivos en jóvenes que no han soportado la presión a que fueran sometidos, aunque las instituciones pertinentes tratan siempre estas cuestiones como secretos de Estado. En 2006 se inauguró el “Centro Municipal de Artes Marciales de San Sebastián”: “1.300 metros cuadrados, 1.345.000 € de inversión, en un centro único”, anunciaba la prensa local. Cuando dos años antes, el ayuntamiento de la ciudad anunciaba este proyecto, pedí una entrevista con el concejal responsable que me escuchó y derivó al correspondiente responsable de la Diputación. Mis ingenuas indicaciones sobre el interés de un centro así de cara a la posible labor social de la práctica de las disciplinas marciales se encontró con la realidad de que todo estaba decidido. Sólo la perspectiva de un “Centro de Tecnificación” (el que aparece junto a la puerta tras el más visible de “Centro Municipal de Artes Marciales”) ha hecho posible el acuerdo de entidades locales y estatales que posibilite tal inversión, me explicó el responsable provincial. “Innovación es Tecnificación” resumió en el acto inaugural el entonces Diputado General de Gipuzkoa.

(86) Ignacio Castro hace una lectura política de la cuestión en estos términos: “Curiosamente, la importancia del cuerpo adviene en una época en la que el poder, como en su día señalaba Tocqueville, controla directamente las almas, mucho después de que la coerción dura que se ejercía en las personas haya dejado de estar a la orden del día. En este sentido, la cultura del cuerpo aparece como un avance más en el control sobre el conjunto de la vida individual. Nuestras costumbres olímpicas representan la fluidez del nuevo Estado”. Panatletas de la Globalidad, op. cit.

(87) Utilizo esta acepción apoyándome en su extensión y connotaciones al hablar del socialismo como modelo de organización social que supere el carácter incuestionable y sagrado de lo patrimonial como propiedad privada. Ya casi nadie se atreve a usar este término sin justificarse ampliamente –mucho menos aún el término comunismo–, ya que sus detractores le regalarán inmediatamente con sus referencias al socialismo real que, por lo visto, invalida cualquier posibilidad de crítica a los modelos hegemónicos de la hoy llamada economía de mercado.

(88) ¿Será necesario todavía insistir en este punto ante quienes dan por sentado que lo competitivo, mercantil y espectacular son un aspecto más de la práctica deportiva, como lo es su carácter lúdico, etc.?

(89) Carlos Arribas, El día que la droga mató al ciclismo. Diario El País 4 de diciembre de 2005. Las negritas son mías.

(90) Diario El País 20 de diciembre de 2005. El 13 de diciembre de 2004, este mismo periódico titulaba una serie de reportajes Ardor Guerrero, el espíritu militar se infiltra en el deporte, donde explicaba cómo distintos equipos contrataban a entrenadores militares para “sacar lo mejor” de sus atletas: “El deporte puede ser una guerra incruenta, pero es una guerra, explica el psicólogo Suay”.

(91) Manuel Vicent en el diario El País del 11 de diciembre de 2005.

(92) Stephanie Cooperman en la edición en castellano de The New York Times del 2 de febrero de 2006.

(93) Acaso sea necesario insistir en que no hay intención moralizante en los aspectos críticos de estas u otras reflexiones (“el acto y el arte de la lectura seria comportan principalmente dos movimientos del espíritu: el de la interpretación (hermenéutica) y el de la valoración (crítica, juicio estético). Los dos son estrictamente inseparables. Interpretar es juzgar...”. George Steiner 1978, El lector infrecuente). Y usaré un fragmento de una novela reciente para ilustrar este punto: “Lo que hace la fuerza del soldado no es la energía que emplea en intimidar a su adversario enviándole un montón de señales, sino la fuerza que es capaz de concentrar en sí mismo, entrándose en sí, sin salir de sí mismo. El jugador maorí se convertía en un árbol, un gran roble indestructible con raíces profundas, que irradiaba una fuerza poderosa, de la que todo el mundo era consciente. Y sin embargo, uno tenía la certeza de que ese gran roble también podía echar a volar, que iba a ser tan rápido como el viento, a pesar de o gracias a sus grandes raíces… No sé muy bien cómo explicarlo, pero cuando te desplazas, de alguna manera ese movimiento hacia algo te desestructura: estás ahí a la vez que ya no estás porque ya estás yendo a otra parte… Pero ese jugador en cambio, en cuanto salió al terreno de juego sentí con respecto a él una cosa distinta”. Muriel Barbery 2006, La elegancia del erizo, Seix Barral 2007. Sobre toda nuestra reflexión gravitará esta cuestión, que no es otra que la de la excentricidad del ser humano que mencionaba Duch (ver pág. 22 de la introducción). Cuando más adelante volvamos sobre “algunos elementos internos” de nuestra práctica (tema XVIII del área 2), continuará en el centro. Porque esta es la cuestión cuando tratamos de vivir la dimensión paradójica –misteriosa, sorprendente y puntualmente exultante de nuestra naturaleza corporal–.

 

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