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VI. Cuerpo e identidad

 

16. Cuerpo y alma , diferencia y autonomía
17. La autonomía del ámbito emocional
18. Cuerpo e identidad, etapas y rupturas
19. De una identidad corporal a otra emocional , las etapas fundamentales
20. La identidad verbal y la emergencia del ego

 

16. Cuerpo y alma, diferencia y autonomía

Hasta hoy, y seguramente por mucho tiempo todavía, la dicotomía que subyace a todas las discusiones que conciernen al ser humano, se reduce entre nosotros a esta antigua clasificación (51). Es un tópico que toda la historia del pensamiento occidental, desde antes de que éste se subdividiera en ciencias naturales y humanidades, filosofía y ciencia con aplicaciones tecnológicas, “ciencias” y “letras”, se sustenta en esta dualidad. Un tópico que Platón, el fundador de la filosofía occidental como escritura y oficio consagró, y de cuyas consecuencias sufre y disfruta todo el pensar y el hacer de nuestra civilización. Las consideraciones que siguen serán pertinentes en la medida en que de ellas se pueda deducir criterios útiles e incluso determinantes para fundamentar nuestra práctica.

Para empezar, diré que me parece cuanto menos estéril esa presunción de que Oriente representa la no disociación o la conciencia de unidad frente al error intrínseco de Occidente que se ha empeñado en la dicotomía y la separación. Y además de estéril, errada y equivocada la aspiración de regresión a la unidad original, al vacío anterior al pensamiento, al todo que precedió a la caída, apenas disimulada en casi todas las apologías del Oriente. Cuando lo que domina en una posición es esta aspiración a la regresión (52), es lógico terminar en seguida o descartar matices, ya que cualquier matización da aire a la diferencia y a la duda. Cuando en la introducción a este trabajo aludía a la resistencia al pensamiento y la palabra, a la compulsión vertiginosa a actuar descartando la reflexión –lo que de otra forma se ha denominado represión de la función simbólica-, me refería a esta cuestión.

Pienso que, más allá de otras explicaciones y circunstancias, en la corriente de la historia humana se ha ido produciendo un proceso de diferenciación que ha conducido a la conciencia de separación entre los diferentes niveles de nuestro ser: somos cuerpo, pero también sentimiento, somos espíritu tanto como materia, mente pensante como organismo físico, universos de energía en infinitas relaciones que atraviesan todos estos y otros planos de existencia. Cualquiera sabe esto, pero a lo largo de los tiempos, y hoy todavía, cada una de estas diferenciaciones no ha dejado de acarrearnos pavor. Seres humanos en apariencia cuerdos asesinando a otros para aplacar a sus dioses, masas de hombres dispuestas a morir por una idea, sabios quemados vivos porque aventuraban una hipótesis tan plausible como desconocida para la mayoría… Todos estos terrores no están separados del hecho de que cada separación es vivida como peligro, como pérdida y, por lo tanto, como alguna forma de muerte. Por eso analizar, separar, diferenciar, se vive como arduo y peligroso, mientras que reunir, unificar resulta consolador.

Pero mal que nos pese, no podemos dejar de aceptar las partes y sus distintas funciones, y el más holista de nosotros se aviene rápidamente a un tratamiento estrictamente mecánico cuando la necesidad se lo impone (cuando se te rompe un hueso no te pones a meditar, acudes a un cirujano experto). Esto es aplicable a las diferenciaciones que hacemos entre cuerpo y mente. Y dentro de cada una de estas categorías, a todas las clasificaciones anatómicas, funcionales u orgánicas por un lado, y cognitivas, simbólicas o espirituales por el otro. Aceptado esto, la cuestión no es si una visión, un sistema o una práctica es buena o no porque separa o unifica, porque considera una parte o el todo; sino por la manera en que realiza estas tareas. Y por la forma en que atiende a las consecuencias que se siguen a las mismas. Separar y diferenciar el cuerpo de la mente es una necesidad elemental sin la que es inconcebible nada que consideremos humano. El impulso de los científicos y los médicos a diseccionar la materia y el cuerpo hasta llegar a sus elementos constitutivos, lo mismo que el de filósofos o psicólogos a discernir los estadios y atributos del espíritu, no es sino una manifestación de la búsqueda de conocimiento, esencial a lo humano. Lo mismo que hoy somos muchos los que consideramos un gran avance la relativa y siquiera formal separación de las instituciones religiosas y políticas, de la ciencia y la religión, etc.

El agente o la consecuencia (quizá ambas cosas a la vez, retroalimentándose constantemente), de este largo e inconcluso proceso no es otro que el individuo, el ser humano consciente de su individualidad, de su naturaleza única e irrepetible. Durante milenios, y aún hoy en muchas situaciones, esta conciencia es débil o difícil de sostener. Y parece ser que fue más fuerte en el Occidente de los últimos siglos que en Oriente, al menos en lo que respecta a las consecuencias que tuvo en la emergencia de la modernidad occidental a lo largo de los últimos siglos. También parece que hoy el conjunto de los habitantes del planeta estamos abocados a un proceso muy semejante en el que las consecuencias del triunfo económico y político de la civilización occidental nos atañen a todos, aunque partamos de situaciones bien diferentes en tantos aspectos.

Esta individualidad emergente (53) ha ido creando explicaciones para su naturaleza o sus naturalezas que han ido variando a lo largo del tiempo, pudiendo reconocer nuevos elementos –también emergentes- que han ido permitiendo una comprensión progresivamente más cabal de su existencia. Y no sólo me refiero a los avances que han permitido mejoras en las condiciones materiales o sociales. También hablo de la mente, del espíritu. Es algo reconocido por muchos, y no difícil de comprender, que hace falta un cierto grado de maduración y diferenciación de un órgano o una función simbólica, de un estadio de desarrollo o una estructura social para que dicha entidad asuma el grado de autonomía suficiente para separarse y relacionarse con el conjunto desde tal diferencia. Un órgano vital que en la fase embrionaria no ha concluido su proceso madurativo, no podrá contribuir a su función en el seno del cuerpo, y el conjunto del cuerpo tampoco podrá sobrevivir. Un estadio de crecimiento psíquico como el que los psicólogos evolutivos llaman sensoriomotor (54) deberá concluir con relativo éxito para que sobre él puedan sustentarse los siguientes… Se trata de un principio general que concierne al orden jerárquico en el que se despliegan órganos y funciones, niveles de desarrollo tanto físicos como cognitivos. Por supuesto que este hecho hace de la vida algo tan complejo como frágil, y al proyecto humano tan vulnerable a la patología, al error y al fracaso cuanto más va asumiendo los distintos elementos emergentes de su conciencia.

 

17. La autonomía del ámbito emocional

Aplicar esto a las entidades cuerpo y mente sigue resultando tan difícil y peligroso como inevitable. Me conformaré con señalar que somos parte de un proceso en el que la conciencia de la autonomía relativa del cuerpo y de la mente no ha dejado de crecer a lo largo de los milenios para una cantidad cada vez más significativa de los humanos vivos. Y que este proceso ha permitido la emergencia de un tercer nivel que comienza a reclamar su propia carta de naturaleza: este es el nivel de los sentimientos, de la emoción (55). Lo que algunos han denominado la autonomía del aparato psíquico (56). Pienso que este nivel que se sitúa entre el cuerpo y la mente, pero diferenciándose de ambos, tiene entidad suficiente como para alterar y corregir radicalmente las concepciones que se han desarrollado desde una visión dual de nuestra naturaleza, y otorgarnos algunas claves determinantes para nuestra intervención sobre el cuerpo, nuestra práctica corporal.

¿Es que en las concepciones duales los sentimientos no eran considerados? Obviamente sí, pero es el reconocimiento de su autonomía relativa lo que altera la consideración del conjunto.

Cualquiera que haya nacido y crecido en un entorno rural conoce que en estos medios, los sentimientos y su expresión son tolerados hasta cierto punto en los niños, pero han de ser ignorados en cuanto se llega a la madurez. Uno puede estar alegre o triste, pero apenas existen más palabras que maticen los estados de ánimo. Los instintos asociados al cuerpo habrán de ser subyugados bajo la norma que la sociedad imponga a través de imperativos morales ligados a la religión y otros códigos sociales. Y las mujeres son consideradas de rango inferior, entre otras cosas, por la “debilidad de carácter” que les hace más propensas a manifestar sus sentimientos a flor de piel…

Observamos lo mismo cuando estudiamos los sistemas de curación o de tratamiento de males del alma o del cuerpo desarrollados en estas sociedades agrarias (estas sociedades no estaban constituidas sólo por los agricultores; las élites liberadas en las ciudades para el estudio o la administración eran precisamente las que les otorgaban su armazón ideológico). Los males del alma se achacaban a algún fallo en el carácter, cuando no fruto de posesión o consecuencia de pecado. Los males del cuerpo, eran eso, aunque en sus causas se aventuraran también razones mágicas o religiosas. Tanto para el sistema humoral europeo como para el de los zang-fu chinos (57), las emociones eran emanaciones de los órganos o los humores, estrictamente ligados a ellos, sin la autonomía que permitiera pensar en leyes específicas que los rigen. Como en el área 2 tendremos ocasión de valorar, esto no significa que las construcciones que surgieran de estas concepciones no fueran operativas y, en muchos casos, llenas de sutileza y valía. Los manuales chinos hablan de algo que podemos traducir como “alma vegetativa” específica de cada zang-órgano que el corazón se encarga de reunir y gobernar dando origen al shen del individuo, un concepto que se halla más cerca de la idea de un espíritu orgánico que del alma inmortal que concibieron los occidentales (58).

El siglo XVIII en Europa concluyó con el triunfo de las concepciones que permitieron el posterior desarrollo fulgurante de las ciencias naturales que, desde Descartes, separaban radicalmente todo lo concerniente a la materia de lo concerniente al espíritu. Esto empujó a la marginación y el olvido a una gran cantidad de concepciones y prácticas de sanación muy extendidas hasta entonces, y sustentadas en una tradición que arrancaba de los griegos (con Hipócrates y Galeno como sus referentes fundamentales). Hay quien sostiene que el siglo XVIII fue el siglo de la energética en la Europa más cultivada e inquieta (Francia y el imperio Austro-Húngaro) (59), con una gran experimentación en el campo de las energías sutiles. Esta transición permitió no sólo el arranque de las prácticas médicas contemporáneas, sino también el nacimiento del Psicoanálisis. Aunque Freud pretendía instalar sus concepciones en los principios vigentes para las ciencias empíricas, sin lograr en esto el reconocimiento de la comunidad científica, las dos corrientes principales de la psicología (el conductismo que se ha modulado y moderado con la psicología cognitiva, y la psicodinámica derivada de las investigaciones psicoanalíticas) arrancaron allí. Desde entonces, no dejan de evolucionar y fecundar muchas áreas del pensamiento y la praxis humanas, a pesar de muchas de sus concepciones resulten irreconciliables (60).

Con el reconocimiento de la naturaleza del inconsciente, un logro que casi nadie discute al movimiento psicoanalítico, se consolida el impulso hacia el reconocimiento de la autonomía del aparato psíquico que he mencionado. Gracias sobre todo a estos más de cien años de investigación clínica y teórica, no sólo se ha popularizado un lenguaje que describe más allá de la literatura los estados emocionales, sino que millones de personas se reconocen viviendo en un mundo (el mundo de los sentimientos) que antes no tenían carta de naturaleza(61). Reconocer que la emoción media entre el cuerpo y la mente, pero no se reduce a ellos, sino que está regida por sus propios principios, lleva a reformular las concepciones sostenidas hasta el momento en torno a la misma naturaleza del cuerpo y de la mente.

 

18. Cuerpo e identidad, etapas y rupturas

Voy a pararme ahora en un punto en el que lo dicho hasta aquí tiene importantes implicaciones. Me refiero a la consideración de las distintas etapas o fases de desarrollo que recorre el ser humano desde su nacimiento a su madurez biológica y emocional, desde una perspectiva psicodinámica y evolutiva. Esta perspectiva reconoce una mutua influencia de elementos de tipo biológico – la maduración de los telerreceptores y del sistema nervioso y hormonal principalmente-, psicológico y social. Permite además establecer analogías con los grandes estadios evolutivos de la humanidad ligados a la emergencia de las civilizaciones agrarias y de la modernidad.

Aventurarse a trazar paralelismos entre desarrollo filogénesis y ontogénesis (entre el devenir de la especie y el de cada individuo), o entre estadios de conciencia individuales y colectivos, resultará arriesgado y problemático por su inevitable esquematismo y simplificación. Con todo, su legitimidad está avalada por una gran cantidad de estudios interdisciplinares (62) y, en nuestro caso, el riesgo puede ser asumido si va a permitir intuiciones útiles a la hora de tratar con los límites con los que topamos en la reflexión y la praxis.

A lo largo del proceso que ha llevado a la humanidad desde las hordas primitivas hasta el neolítico, y de éste hasta la actualidad, no sólo han cambiado las condiciones materiales (de la subsistencia nómada sustentada en la caza y la recolección a la agricultura sedentaria, y de ésta a la manufactura industrial, etc.), sino que en cada época, el ser humano se ha ido dotando de un sentido específico de identidad. En un extremo de simplificación, podríamos decir que cuando el cazador-recolector dice yo, se refiere a algo relativamente distinto al yo que pronuncia el agricultor, el proletario industrial o el ciudadano de la sociedad post-industrial. Dando por hecho que, entre las diversas variables que diferencian al conjunto de miembros de estos colectivos -desde la edad, el género, la condición económica, social, cultural, religiosa, etc.-, podemos distinguir algunos elementos significativos que determinan su sensación de identidad y subyacen al hecho de ser hombre o mujer, rico o pobre, cristiano o budista, etc.

Esta visión del devenir humano ha llevado a distinguir cuatro grandes etapas: las dos primeras y, sin duda más extensas, pre-históricas (una primera arcaica, anterior a los últimos 200.000 años, seguida de la etapa mágica, la de las hordas de cazadores y recolectores, el paleolítico que se extendió hasta hace unos 12.000 años). Las dos últimas son las etapas históricas: la etapa mítica, con el inicio de la práctica hortícola y el desarrollo agrario posterior; y la que llamaremos egóica que, en los últimos 2.500, nos aboca a la modernidad (63).

Arcaico, mágico, mítico y egóico-verbal se refieren pues a cuatro grandes estadios de evolución y a los distintos sentimientos de identidad específicos –por definibles y diferenciables-, que han ido emergiendo según iban produciéndose los profundos cambios a los que se refieren. Esta clasificación nos permitirá establecer contactos y analogías entre cuestiones más externas (la supervivencia física, la organización social, etc.), y otras de carácter interno (que resumimos en la sensación de identidad).

Contamos por fin un elemento que pretende hacer de puente entre la reflexión desarrollada en los ámbitos antes citados y el grado de madurez o patología psíquicas. Para ello, usamos el relativo paralelismo que podemos establecer entre los escenarios colectivos y las historias de desarrollo psíquico individual con sus vicisitudes fundamentales. La psicología evolutiva ha establecido unas fases bien determinadas en el desarrollo de cada ser humano que bien pueden compararse con las arcaica, mágica, mítica y egóica del conjunto de la humanidad. Desde el momento de la concepción hasta la madurez biológica y psíquica, cada uno de nosotros atraviesa necesariamente estos estadios que, cuando han podido ser recorridos con cierta solvencia, nos permiten sentirnos relativamente adecuados al tiempo que nos toca vivir.

 

19. De una identidad corporal a otra emocional, las etapas fundamentales(64)

Llamamos arcaica a aquella noche de los tiempos que dio origen al ser humano del que tenemos algún rastro. La que permitió la transición de los mamíferos superiores a la aparición de la conciencia unida a los rudimentos del lenguaje verbal. Podemos concebir al ser humano como un elemento emergente del conjunto de los seres vivos que sobrevive optimizando sus cualidades y se especializa como cazador y recolector. No podemos saber cuándo ni cómo ese ser humano pudo sentirse alguien, pero esa es justamente la cualidad por la que le consideramos hombre y no un simio más, así que alguna conciencia de sí mismo debió desarrollar. Cabe pensar que una autoconciencia inicial directamente ligada a la supervivencia, donde existir se centraba en resolver la ecuación “comer o ser comido” de forma favorable: casi absoluta fusión con el entorno físico y con su propio cuerpo y su ciclo vital, emociones simples pero de gran intensidad (65).

Estos mismos términos son los que utilizamos si trazamos un paralelismo con la historia de cada ser humano y nos referimos a la época que abarca desde el nacimiento a la emergencia del yo físico, los primeros 4-8 meses de vida. La cualidad de la conciencia del neonato es su estado de fusión: no existe nada que pueda ser otro, ninguna frontera inicial con el mundo exterior. Tal frontera se va construyendo a través del vínculo alimenticio y emocional con la madre en la llamada fase oral. El bebé vive en términos absolutos porque su dependencia lo es: es uno con el mundo a través del pecho de la madre, o la desestructuración absoluta si esa conexión no funciona: dicha y desolación infinitas, una junto a la otra. El proceso que se desarrolla en los primeros meses de vida da origen al nacimiento de una identidad que podemos denominar corporal pues yo y cuerpo tienden a ser idénticos. Se culmina con éxito cuando se construye la primera frontera que separa ese yo y lo Otro: la madre y el mundo.

Este proceso es tan fundamental que, si no se realiza exitosamente, será el origen de la incapacitación propia de la psicosis. En ella, el peligro de ser devorado se vive como real, uno no puede diferenciarse –ni por lo tanto unirse-, con ningún otro porque la fusión inicial y su superación se han visto frustradas. El yo físico es pues aquél que nos permite esta primera diferenciación fundamental (66).

Esta es la cuestión que subyace al hecho de que, aunque todos los humanos adultos dispongan normalmente de un cuerpo desarrollado y biológicamente funcional, muchos de ellos carecen de un yo físico: una encarnación suficientemente sólida en su ser corporal que le permita entrar en una relación aceptable con lo Otro (67). Y en tal situación, sus impulsos no podrán estar sino encaminados inconscientemente a sellar esta falla fundamental.

(Cabe señalar en este punto, que los límites con que nos encontramos en lo que solemos llamar conciencia corporal tienen también sus raíces en estas cuestiones, por lo que los medios corporales –la insistencia en la atención o la intención dirigida al cuerpo, una lectura simplista del concepto yi de los chinos- siempre serán insuficientes, cuando no completamente inútiles).

Volviendo a la historia y al conjunto de la humanidad, diremos que la magia es uno de los elementos definitorios de la época de la humanidad que reconocemos como anterior a la Historia (el paleolítico que comprende desde -200.000 a -10.000 años), la época de las hordas nómadas de cazadores y recolectores, aún fundamentalmente pre-verbales y centradas en el cuerpo.
Mágico es el tipo de vínculo que crea con la realidad un ser humano del que, observado desde una perspectiva más evolucionada, diremos que no percibe claros límites entre sujeto y objeto, cuerpo y mente, psiquismo y mundo exterior: esa percepción que permite convertir una semejanza –una analogía- en una relación causal (“dejaré preparados los zapatos de la persona fallecida cuya muerte no puedo digerir, y así lograré que vuelva a la vida”, “la sangre es roja, luego un vestido rojo fortalece la sangre”, “si cierro los ojos, todo lo que veo cuando los abro desaparecerá de hecho”, “la garra del león colgada a mi cuello me otorga su valor”…). Una conciencia que se reactiva cuando dormimos, y que permite los fenómenos de condensación espacio/temporal que se producen en los sueños.
En la época de la humanidad en que la conciencia común era mágica –el paleolítico-, “el poder sobre la naturaleza venía a la conciencia del ser humano como principal recurso escaso” (Habermas) (68). La magia orbita siempre alrededor del poder como recurso escaso.
La etapa de desarrollo individual que nos sirve aquí de referencia es la que abarca la consolidación del yo corporal a lo largo del primer año de vida hasta la aparición del lenguaje verbal, desde el final del segundo. Al principio de esta etapa, el niño vive fundido con las emociones básicas muy cercanas a su experiencia de placer/displacer corporal en un presente inmediato. El niño va construyendo su imagen corporal (69) como soporte de su yo (en relación al no-yo, al mundo), partiendo de una confusión básica propia de la conciencia mágica, donde la psique y el mundo exterior se confunden e intercambian hasta llegar a controlar, desde su cuerpo, su mundo. Como para el ser humano de la prehistoria, su valor escaso tiene que ver con el control de la naturaleza: su propio cuerpo.
La fase anal representa como ninguna ese paso en el que una identidad fundida al cuerpo puede diferenciarse de él controlándolo. Las patologías fijadas en el poder y el intento excesivo de control echan sus raíces en estas etapas. El conjunto de la fase anal se atraviesa con un miedo fantástico al daño corporal pues, lo mismo que en la anterior etapa la angustia de separación se vivía en relación a la madre, ahora se vive en relación al cuerpo, hasta que éste pueda ser integrado como ocurre en las nuevas unidades yóicas que reúnen cuerpo y mente (70).
Se ha hecho también notar que ésta es una etapa en la que se construye una fantasía heroica como reflejo o respuesta al terror de separación: el niño se idealiza como centro del cosmos, inmerso en su propia omnipotencia, controlando mágicamente todo lo necesario para nutrirla... su cuerpo es su proyecto narcisista y lo utiliza para intentar dominar al mundo tragándoselo.
La conclusión de esta etapa representa el nacimiento del yo emocional, una identidad que deja de estar fundida con sus emociones primarias ligadas a las sensaciones corporales. Lo mismo que antes de construir su yo corporal las fronteras materiales entre el yo y el mundo están difusas, antes de este nuevo nacimiento psicológico, las fronteras entre lo que yo siento y el resto del mundo siente no están suficientemente establecidas. Éste sería el momento en el que se consolidan tales fronteras. Cuando, por el contrario, este proceso no se concluye con éxito, el yo emocional del sujeto permanecerá fundido o identificado con quienes le rodean, se vivirá a sí mismo en un doloroso conflicto entre el mundo como extensión emocional de sí mismo, y el yo invadido abusivamente por el mundo. El individuo carecerá de claras fronteras emocionales que le otorguen una sensación de identidad coherente. Son los trastornos fronterizos (borderline) entre psicosis y neurosis, tan abundantes entre nosotros.

 

20. La identidad verbal y la emergencia del ego

La etapa edípica, que todo niño atraviesa entre los 3 y los 7 años, tiene un claro paralelismo con la más importante de las trasformaciones acaecidas en la humanidad: el descubrimiento de la agricultura –hace unos 12.000 años-, que trajo consigo una organización económica y social completamente distinta a la conocida hasta entonces: en un tiempo relativamente breve se produce el paso al sedentarismo y con ello, la creación de excedentes que permiten la emergencia de la ciudad y el estado/nación, con el advenimiento de fenómenos tan nuevos y sorprendentes como los mitos religiosos y el asesinato de masas.
A través de símbolos y conceptos -del lenguaje-, el nuevo ser humano que cultiva la tierra crea el tiempo extenso, recuerda el pasado y se proyecta hacia el futuro, y puede demorar la satisfacción de sus impulsos primarios. La tensión entre la satisfacción de tales impulsos y la realidad impuesta por un orden social mucho más complejo que en etapas anteriores, aumenta considerablemente.
Cuando el niño atraviesa con relativo éxito las dos anteriores etapas, sufre una nueva trasformación que se expresa con dos características: la genitalización biológica y psíquica de la fase fálica, y la construcción de un yo verbal. Tras el nacimiento emocional alrededor del segundo año, se produce la diferenciación entre su sensación de identidad y los impulsos ligados a su cuerpo (el cuerpo físico y el relativo a sus emociones primarias). Al principio de esta fase, la magia deja ya de funcionar, y es transferida a otros sujetos más poderosos (los padres son las primeras figuras externas divinizadas), hasta que la mente, a través del lenguaje como herramienta de simbolización, otorga la capacidad de soportar la demora en la satisfacción de los impulsos vitales (71).
Explicado así, se trataría de un proceso casi idéntico al que se produce colectivamente con la aparición de las sociedades agrarias. En este proceso, los impulsos anales dan paso, con la maduración biológica, a los impulsos genitales, con la activación de lo que desde el psicoanálisis se ha descrito como complejo de Edipo, y la consiguiente castración.
Sea como fuere que interpretemos este pasaje, es el tiempo en el que la mente, constituida a través del lenguaje en entidad autónoma, adquiere el poder de demorar y reprimir los impulsos biológicos. Cuando no es posible reconocer y transferir el deseo de agredir o poseer genitalmente –y hay fuerzas muy poderosas que lo pondrán muy difícil-, esos deseos habrán de ser contenidos y se manifestarán, desde entonces, como síntomas neuróticos. La instancia psíquica capaz de mantener esa represión es el yo verbal, lo que por primera vez podemos considerar “un ego suficientemente estructurado y maduro”. De otra manera, “la angustia de castración del niño durante el período fálico, puede compararse al miedo a ser devorado en la etapa oral, o a ser desposeído del contenido del cuerpo en la etapa anal, y representa la culminación del miedo quimérico al daño corporal”(72).

Situándonos en la historia de la humanidad, los tres elementos más destacables de la revolución neolítica son pues el lenguaje como creador o vehículo psicológico de la representación temporal, una conciencia que sustituye la magia por un nuevo orden mítico, y la emergencia de una nueva cualidad de pertenencia. Otra manera de hablar de toda esta etapa sería la de considerar que la conciencia de la muerte que se vivía en un presente relativamente inmediato en el paleolítico y se conjuraba mágicamente, pasó a ser trasferida al futuro con la creación de la conciencia verbal/temporal. Una conciencia que permitió crear vínculos supra-tribales, identidades menos ligadas al cuerpo, donde la pertenencia se estructuraba en un nuevo orden: “la función de integración social pasó de las relaciones de parentesco a las relaciones políticas. La identidad colectiva ya no estaba representada por la figura de un antepasado común sino por la de un legislador común” (J. Habermas).
A lo largo del neolítico, entre el segundo y el primer milenio antes de C. según algunos, debió de tener lugar una nueva trasformación: el hombre devino consciente de sí mismo y de su mundo con una nueva conciencia subjetiva; un espacio operativo en el que un yo era capaz de narrar las consecuencias de todas sus posibles acciones, lo que llamamos el nacimiento del ego, o de la conciencia moral, tal como hoy la consideramos. Se explica este fenómeno como una ruptura del anterior equilibrio entre los dos sistemas que se habían ido desarrollando para el funcionamiento humano: aquél ligado a respuestas inmediatas, asentado en lo que llamamos cuerpo; y el otro que descansa en la memoria, los conceptos mentales, la demora de la conducta, el sistema que organiza las respuestas voluntarias. De tener que responder según los instintos, el mito o el rol -el lugar que la tradición otorgaba a cada ser humano al nacer y a la conducta que por tanto se esperaba de él-, se pasó a tener que confiar en la guía de los propios procesos mentales: “el hombre intelectual [dotado de un yo egóico] no tuvo otra elección que seguir el camino que le mostraba el desarrollo de la facultad del pensamiento” (J. Jaynes).

El avance que representa la emergencia del ego como entidad autónoma con el consiguiente desarrollo de la racionalidad y todos los progresos ligados a la modernidad (que en este caso debemos iniciar 500 años a. de C.) se ve, a su vez, marcado por un nuevo peligro que ya hemos hecho notar: la escisión neurótica de su naturaleza biológica: “el pensamiento sólo podía clarificarse a sí mismo decantando conceptos estáticos que, al estatificarse, dejaban de acomodarse a su matriz orgánica …de este modo, el pensamiento terminó alienándose formalmente del resto de la naturaleza” (J. White).

Estamos ante la distorsión que ha marcado la Historia humana (los primeros testimonios escritos son precisamente de esta época): la polarización entre los que se han afirmado en la exaltación de la naturaleza espiritual contra el cuerpo y la materia, del idealismo contra el materialismo, etc.(73).
 
En cuanto al desarrollo individual, se produce una crisis existencial en la que la explosión de vitalidad y la conciencia de la muerte parecen venir parejas: “el yo separado tiene que comenzar a secuestrar y a diluir la vitalidad del organismo, a atenuar la vida hasta un punto en el que no se halle amenazado de muerte, a restringir la energía de su organismo hasta un nivel que no le resulte peligroso... para reprimir y secuestrar su propia vitalidad, el organismo debe centrar y circunscribir su libido a unas pocas áreas y regiones seleccionadas del cuerpo, la más notable de las cuales es la genital”(74).

La emergencia del ego, de la identidad egóico-verbal, no sólo representa una revolución en el terreno de la mente al que solemos adscribir la conciencia, sino en el propio cuerpo, cuando el divorcio entre alma y cuerpo sofocan la vitalidad y reducen al cuerpo a una suerte de mecanismo: “En esta naturaleza humana deshumanizada, el hombre pierde el contacto con su propio cuerpo: sus sentidos, la sensualidad y el principio del placer. Y esta naturaleza humana deshumanizada produce una conciencia inhumana, cuya única actividad es la abstracción divorciada de la vida real, la mente productiva, la mente racional, ahorrativa y prosaica” (N. O. Brown).

No puedo pasar por alto, anticipándome a lo que será tratado en apartados posteriores (75), el choque entre la mención que han recibido aquí algunos términos, y el tratamiento que reciben en la retórica neo-espiritual new age de la que son comodín. Una retórica que no deja de insistir en la servidumbre del intelecto o del ego en términos simplistas con claros acentos regresivos.

Escuchamos las loas a “los valores que vehicula la tradición”, como si ésta existiese como algo único a lo que poder referirse; la excelencia del “eterno presente” en el que uno entra por fuerza de su simple voluntad o decisión; o de “la sabiduría del cuerpo” que acabará con los conflictos humanos, etc.Disciplinas que pretenden trascender el ego, proclaman que el mismo “solo está construido por nuestras construcciones mentales… Ese yo al que estamos tan apegados, con el que nos identificamos, no es más que una construcción mental”. Para terminar convirtiendo tales afirmaciones en el principal sustento de la promesa de liberación. Es el peligro del uso simplista de las mismas: “El punto clave del zazen [la sentada que se practica en el budismo zen] es darse cuenta de que en el fondo hay un cuerpo que respira; pero no un ego sustancial en ese cuerpo, que no es más que una parcela de energía cósmica. Así podemos despojarnos del apego al cuerpo y liberarnos de todos los miedos que lo acompañan”(76).

Planteamientos regresivos cuando se plantean fuera de un contexto mucho más ajeno a nuestro acceso del que pretendemos. Regresivos no sólo porque insisten en volver (“a la no dualidad del cuerpo y la mente” -¿la indiferenciación psicótica?-, etc.), sino porque se colocan en la deliberada ignorancia de los conocimientos que ha deparado a la conciencia humana la investigación de los últimos decenios. Una muestra de la mala conciencia occidental, reflejada en el orientalismo que he mencionado en el inicio: Occidente no sabe, está escindido; todos nuestros problemas de pérdida de valores y sentido provienen de su ego. Oriente, libre de esas trampas, es cuna y garante de la sabiduría eterna, de “la tradición”, etc. Tendremos tiempo para tratar de las implicaciones y consecuencias de estos planteamientos más adelante.

 


NOTAS

(51) Si he elegido alma para ponerla junto a cuerpo, no es para darle otra connotación que la de su uso común. Podríamos decir en su lugar mente o psique, y utilizaré indistinta y deliberadamente estas acepciones sin otros significados o matices que los que se puedan deducir de su contexto.


(52) No conozco mitología, institución religiosa ni ideología de masas que no se sustente en esta aspiración regresiva, por lo que estamos hablando de una cuestión que no se puede despachar con dos palabras. Desde el momento en que el ser humano es consciente de su propia finitud, se encuentra encadenado a la angustia de la muerte de la que trata ineludiblemente de liberarse o escapar. Definir al alma como inmortal frente a la evidente mortandad corporal es la primera y quizá la más obvia de sus consecuencias. No es, por otro lado, difícil de entender que la mayoría de los seres humanos se hayan agarrado a creencias milenaristas o fantasías de liberación, cuando su vida ha estado casi siempre encadenada no sólo al imperativo de su propia conciencia de finitud, sino a la arbitraria crueldad provocada por sus semejantes, generadora de sufrimientos sin cuenta.


(53) Es importante entender que el individuo, como ser humano, no es un hecho, sino un proyecto. Y que su realización se halla sometida a condicionamientos, presiones y limitaciones sin fin a lo largo de la vida en toda latitud o circunstancia. Por eso cualquier mirada al individuo es una mirada a su nacimiento y desarrollo, lo mismo que a las circunstancias que envuelven el transcurrir de su vida.


(54) Uso aquí la terminología extendida a partir de las investigaciones del psicólogo, filósofo y biólogo suizo Jean Piaget (1896-1980). El sensoriomotor es el período que tiene que ver con la diferenciación del yo físico y el entorno físico entre el nacimiento y los 2 años de vida. A éste le siguen los períodos preoperacional (2-7 años), operacional concreto (7-11) y operacional formal (a partir de los 11 años). En los capítulos 19 y 20 abordaremos, desde otra visión, estas fases evolutivas. Quien quiera una breve exposición que relaciona ambas, puede hallarla en Ken Wilber, 1995, Sexo, Ecología, Espiritualidad, El alma de la evolución, capítulo 6, Magia, Mito y Más Allá. Ed. Gaia 1996.


(55) Aunque estos dos términos no son estrictamente equivalentes (emoción se refiere a un impulso adaptativo más ligado al cuerpo, mientras que el sentimiento se acerca más a la mente en cuanto que implica consciencia), los utilizaré casi indistintamente. El neurobiólogo y divulgador Antonio Damasio ha explorado y explicado en sus obras los matices y diferencias de ambos términos, y las consecuencias que las más recientes investigaciones en la neurología están trayendo para las visiones más dualistas de la misma (Ver El error de Descartes, 1994 y En busca de Spinoza, neurobiología de la emoción y los sentimientos, 2003, publicados ambos en castellano por Ed. Crítica en 1996 y 2005 respectivamente).


(56) En este caso, psíquico no se refiere a los planos mentales o anímicos como en la dicotomía soma-psique, sino a este nivel intermedio ligado a emoción y sentimiento.


(57) Puede traducirse como órgano-víscera, y se refiere a los sistemas anatómicos y fisiológicos de sus sistemas tradicionales de sanación.


(58) No insistiré aquí en que establecer correspondencias literales entre estos conceptos en los términos anatómico-fisiológicos vigentes entre nosotros es un error que los convierte en inoperantes. Tendremos ocasión, como digo, de pararnos en estas cuestiones y en los lugares ridículos a los que han conducido a veces estos paralelismos (ver excurso 2, Acupuntura y Psicología, pág. 285 ss.).


(59) Peter Sloterdijk recrea esta atmósfera en El árbol mágico. El nacimiento del psicoanálisis en el año 1785. Ensayo épico sobre la filosofía de la psicología, 1985. Seix Barral, 1986 y 2002. Más información se puede encontrar en En ningún lugar, en ninguna parte. Estudios sobre la historia del magnetismo animal y del hipnotismo, coordinados por Luís Montiel y Ángel González de Pablo. Historia y Crítica de la Psiquiatría, 2003.


(60) Asuntos que desarrollaremos con más detalle en el área 2.


(61) Opino que no hay que valorar fenómenos contemporáneos como la generalización de las telenovelas o los reality-shows, como mera expresión de la basura mediática. Señalan también en una dirección en la que la presencia de lo emocional era inconcebible hace solo unas décadas.


(62) Me he valido del estudio de la obra de Ken Wilber que aporta gran cantidad de documentación en este sentido.


(63) Me remito a la terminología adoptada por Wilber. Mi reflexión da por buena esta visión que, más allá de su consistencia teórica, permite un importante grado de cuestionamiento y comprensión en el terreno específico que estamos tratando. Una somera explicación de las principales claves en las que se mueve esta variable de la teoría evolutiva pueden encontrarse en las páginas 86-88 de El ojo del Espíritu de Wilber (Ed. Kairós, 1998).


(64) En los dos epígrafes que siguen, se traza un resumen de las cuatro etapas fundamentales señaladas en el desarrollo individual y algunos paralelismos en la historia colectiva. Se trata de una descripción cargada de términos psicoanalíticos o psicodinámicos. Para quien esté familiarizado con ellos, esta descripción resultará sin duda excesivamente esquemática. Para quien no, quizá difícil de digerir. En este caso, como cuando en un viaje en coche por carreteras relativamente bien asfaltadas entramos en un tramo lleno de baches u obstáculos, nos veremos obligados a reducir la marcha y aumentar la atención. La abundancia de términos técnicos–yo físico, emocional y verbal; fases oral, anal, genital, fálica o edípica; psicosis, estructuras fronterizas/borderline o neuróticas; imagen corporal; ego, etc.-, y la profusión de citas da muestra de su densidad. Términos que, por otro lado, están cada vez más presentes en el lenguaje coloquial que los incorpora al tiempo que los vanaliza. Propongo estos pasajes convencido de que, con las referencias que posteriormente irán surgiendo de los mismos, nuestra reflexión estará mejor sustentada.


(65) Parece ser que el hecho que trazó la frontera entre esta etapa arcaica y la siguiente, fue la “creación de la familia” que ocurrió cuando el macho se incorporó al sistema de parentesco: esto permitió “conectar, a través del papel de padre, un sistema de estatus masculino en el clan de cazadores con un estatus en el sistema femenino e infantil, y así integrar las funciones del trabajo social con las de la alimentación de los pequeños, y coordinar además las funciones del macho cazador con las de la hembra recolectora” (J. Habermas, citado por Wilber). Es el inicio de una relación específicamente humana entre sexo y poder que permite la emergencia de nuevas estructuras productivas y sociales, y que sigue condicionando hasta hoy el conjunto de las relaciones y estructuras individuales y colectivas.


(66) Físico o corporal tienen aquí una connotación muy específica que no podemos hacer equivalente a esos mismos términos cuando los usamos fuera de este contexto, como ha ocurrido en los capítulos precedentes.


(67) Hay expertos que conjeturan con que alrededor de un tercio de los habitantes de las sociedades desarrolladas podrían entrar en el ámbito de la psicosis, más o menos encubierta.


(68) Esta idea de recurso escaso es crucial para comprender las razones no conscientes que determinan las prioridades alrededor de las cuales construimos nuestros proyectos, nuestras vidas. Aquí, asuntos como intención o voluntad, ideología o código moral, ocuparán una función secundaria. Una comprensión de estas cuestiones nos permitirá entender, además, que lo que en una circunstancia o contexto resulta adaptativo, útil o necesario (pongamos la extremada atención de un guerrero expuesto a enemigos o depredadores), en otro deviene expresión de grave patología –psicosis paranoica en el ejemplo-, expresión de la fijación en una etapa de maduración no completada adecuadamente.


(69) Esta imagen es el fruto y la síntesis de la vivencia subjetiva de contacto con el mundo que se establece en esta etapa.


(70) “La clave básica del problema de la analidad es el hecho de que refleja el dualismo de la condición humana (ahora en germinación y crecimiento): su yo y su cuerpo. La analidad y su problema aparecen en la infancia, porque el cuerpo es extraño y falible, y ejerce una influencia definitiva en el niño... La tragedia del dualismo humano (en este caso, la creciente diferenciación entre el ego y el cuerpo), su situación incongruente, adquiere excesiva realidad. El ano y su incomprensible y repelente producto no sólo representan el determinismo y el vínculo físicos, sino también el destino de todo lo físico: descomposición y muerte”. E. Becker, The denial of death. Citado por Wilber en El proyecto Atman.


(71) No entramos todavía en la discusión sobre el alcance de la función de dicha herramienta o en la naturaleza de la falla intrínseca a la naturaleza humana explicada por el psicoanálisis como pulsión de muerte y por el budismo como ignorancia esencial o avidia.


(72) O. Fenichel, citado por Wilber. Esta lectura literal de la castración no explica el salto que representa la simbolización en el proceso de maduración psíquica ni el significado que este término adquiere como cierre o resolución de la fase edípica en la explicación psicoanalítica.


(73) “La religiosidad morbosa, el hiperintelectualismo, la sensualidad refinada y la fría ambición son sólo algunos de los intentos de la personalidad disociada [del ego] para escapar de su propia división. Las oscilaciones que llevan desde el misticismo emocional hasta el racionalismo, y desde el racionalismo hasta el materialismo de poder que jalona la historia de Europa, no constituyen ningún cambio esencial sino que tan solo expresan las oscilaciones sucesivas de la búsqueda de situaciones nuevas dentro de los límites impuestos por esta disociación básica... Tanto la sensualidad deliberada –que terminó derivada a dinámicas sado-masoquistas-, como el idealismo obsesivo eran nuevos y representaban las distorsiones de los intercambios entre ambos niveles” (J. White, citado por Wilber).


(74) Wilber explicando la visión de la psicología existencial de Rank, White y Norman Brown en Después del Edén. Las citas de estos autores, así como de Fenichel y Habermas que han precedido o siguen a ésta provienen de la misma obra.


(75) Las áreas 4 y 5 que verán la luz en un próximo volumen (Una nueva (in)transcendencia y Transmisión y aprendizaje, respectivamente), pero también en las dos que siguen a ésta en este mismo.


(76) Roland Yuno Rech, 2004, Zen o el despertar en la vida diaria, Ed. Milenio. Un ejemplo entre mil que indica una tendencia considerable cuando se convierte en discurso repetido hasta transformarse en una especie de música de fondo en casi todas las prédicas de la nueva espiritualidad y la apología de las disciplinas orientales.

 

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