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XX. Movimiento/repiración/concentración.
Criterios y propuestas fundamentales para la práctia del qi gong

 

89. Los ejercicios de «taichi-qi gong»
90. Los ejercicios de «canalización»
91. Movimiento/respiración/concentración
92. «Plantarse como un árbol» o «Abrazar la unidad» (Zhan zhuang gong/Bao yi)

 

«-Un día nos dimos cuenta de que faltaba una palabra. Era precisamente la palabra por la que todo se relaciona con todo. Desde entonces viajamos de un lado a otro para encontrarla de nuevo. Seguro que usted también se habrá dado cuenta ya de que el mundo sólo se compone de fragmentos que no tienen nada que ver los unos con los otros. Eso es así desde que perdimos la palabra. Y lo peor es que los fragmentos se siguen descomponiendo y quedan cada vez menos cosas que guarden relación entre sí. Si no encontramos la palabra que reúna todo con todo, un día el mundo se pulverizará por completo. Por eso la buscamos. Escribimos la palabra sobre la superficie de la tierra con el largo camino que recorremos.
Por eso no nos quedamos en ningún sitio.
-Ah, ¿entonces sabéis siempre a dónde tenéis que ir?
-No, nos dejamos guiar.
-¿Y quién o qué os guía?
-La palabra.»

Michael Ende (374)

 

Hemos tratado sobre la práctica del qi gong en un sentido amplio, considerando la práctica del tai chi chuan como nuestro enfoque específico del mismo (375). Al tratar sobre las tres analogías, hemos llevado la discusión a ámbitos que habitualmente se suelen referir al «yoga taoísta» o los «enfoques internos», aunque con frecuencia se confunda «carácter interno» con sofisticación o inaccesibilidad. En nuestro caso, las cosas se clarifican en la medida en que uno va reconociendo la naturaleza de sus propias expectativas en contraste con la propia práctica -que siempre incluye la reflexión crítica-.

Entre la gran variedad de estilos o ejercicios de qi gong que se practican como complemento al tai chi chuan o como una actividad específica -en este caso también con frecuencia como complemento de una práctica de meditación de pie o sentados-, quiero destacar tres, tanto por su cercanía y accesibilidad como porque en su conjunto encierran lo más importante y potencialmente profundo de las propuestas de qi gong: los ejercicios o series que se denominan «taichi-qi gong», los «dao jin» o ejercicios de canalización, y el trabajo de pie inmóvil en sus diversas variantes: el «zhan zhuang gong».

Estos sistemas, que conocen gran cantidad de variables, pueden ser aplicados desde el primer momento en que cualquier persona se acerca a la práctica, no tienen contraindicaciones cuando se ajustan a las posibilidades de cada practicante, y permiten un potencial de exploración prácticamente infinito.

 

89. Los ejercicios de «taichi-qi gong»

Se trata de secuencias que se toman de un paso o movimiento de cualquiera de las formas de tai chi chuan para ser repetidas indefinidamente con distintas pautas de concentración. Pueden practicarse en distintas posiciones estáticas o con pasos. O, a la inversa, practicarse exclusivamente como secuencias de desplazamiento sin hacer intervenir particularmente a los brazos. Dependiendo del nivel en el que se practique el entrenamiento o la forma en particular, la concentración varía de la mera coordinación al trabajo con los impulsos que encadenan pies con brazos, el sentido marcial, etc.

 

90. Los ejercicios de «canalización»

Aunque creo haber hablado lo suficiente contra los tópicos que envuelven a la idea de «canalización» cuando éstas se toman como pautas de control, utilizo esta denominación porque es así como son habitualmente conocidas una gran cantidad de prácticas que van desde el automasaje hasta cierto enfoque de la posición de pie inmóvil. «Canalizar» aquí no debería ser más que abrirse a cualquier sensación y, en particular, a aquellas que enlazan distintos niveles y nos permiten aplicar una traducción de las mismas -de lo sensitivo a lo emocional, de lo emocional a lo simbólico-. Cuando se establecen estos enlaces internos y la traducción de la que hablamos, la atención o la mera presencia permiten que se produzcan vivencias que explicamos como apertura, conexión, fluidez o iluminación -todas ellas explicables también como canalización, pero subrayando más su carácter pasivo-. Lo que sigue son los criterios fundamentales para facilitar estas vivencias.

 

91. Movimiento-respiración-concentración

Cuando uno imita unos pasos o coordina los movimientos de sus brazos procurando una presencia relajada pero atenta de todo su cuerpo, las primeras veces en que trata de seguir un modelo que le ha sido propuesto, decimos que se encuentra en la primera fase de la práctica, la del movimiento.

El movimiento -la coordinación e incorporación adecuada de todos los segmentos corporales aunque aparentemente no intervengan en el mismo-, representa la etapa inicial pues sin cierta gracia y economía del mismo, cualquier otro objetivo se ve inevitablemente coartado. Según la situación, las pautas complejas de coordinación habrán de ser por eso simplificadas o realizadas por partes para llegar a esa gracia que expresa la incorporación natural de todo el cuerpo.

No deberíamos minimizar el sentido o los efectos de esta fase, pues lograrla implica ya un grado relajación y tono físicos, de calma e integración emocional y mental no fácilmente accesibles a todos.

De hecho, no es aconsejable intentar incorporar un modelo respiratorio -ésta sería la segunda fase del trabajo- cuando no se ha logrado esa naturalidad, calma e integración en un nivel suficiente. En caso contrario, el control respiratorio se instalará como una barrera más para impedir la naturalidad y la apertura consecuentes.

«Respirar con el movimiento» o «moverse con la respiración» son expresiones de una vivencia, más que de una intención o realización voluntarias. Cuando se dice que «la respiración gobierna el qi» -dando a qi las connotaciones que ya le hemos asignado de puente y conexión-, se expresa la ley que uno vivencia conscientemente cuando movimiento, sensación, flujo respiratorio y presencia mental se aúnan sin estorbarse. Es ahí cuando uno percibe los efectos sanadores de una práctica al nivel en que esos efectos son requeridos tanto en los planos físicos como psíquicos. Y ya que el movimiento está siempre presente, incluso y en particular cuando inmovilizamos una postura, esto se aplica igualmente a las posiciones estáticas.

A continuación, o al mismo tiempo en que se estabiliza la fusión o el intercambio movimiento/respiración, es cuando podemos comenzar a hablar de concentración, entendida ésta no como esfuerzo de la voluntad más grosera -aquella que surge de una planificación mental, un impulso o un deseo-. Percibir entonces la calidad vibratoria de distintos niveles del cuerpo -la cabeza, el pecho o el vientre, en términos generales, pero también un órgano u otro, una articulación o un miembro, una zona de la piel y sus conexiones internas, etc.- y su traducción o intercambiabilidad en términos de sentimiento, pensamiento, intuición o imagen son experiencias naturales a las que tenemos acceso.

Tales experiencias se producen y permiten integrar otras vivencias cotidianas -del sueño o de la vigilia, de experiencias pasadas, de aspectos relativos a la integración de nuestro mundo-, de manera que nuestro trabajo con la energía es un espacio de actualización que se proyecta en el conjunto de la vida cotidiana. Resulta poco relevante que utilicemos esas vivencias para depurar capacidades intelectuales o sensitivas (dos de las aplicaciones a las que habitualmente se refieren los maestros de artes marciales, llamando a la primera «meditación» y a la segunda «aplicación marcial»).

Lo que sí es relevante es la consideración de que estos tres aspectos que se convierten en fases de progresiva incorporación han de ser tenidos en cuenta y respetados en su progresión cada vez que nos disponemos a la práctica pues, de otra manera, ésta nos conducirá al estancamiento y resultará contraproducente. No debemos extrañarnos de que un día hayamos logrado lo que consideramos un alto nivel de integración del movimiento y la respiración, y al siguiente apenas logremos coordinar el movimiento porque una emoción o un pensamiento poderosos apenas nos permiten nada más. No deberíamos considerar que en esas ocasiones el efecto de la práctica -plagada acaso de lucha y frustración- es menor que cuando la calma se presenta. Aunque trataremos estos asuntos cuando hablemos en su día de la meditación, es importante que los consideremos desde el mismo instante en que nos disponemos a movernos.

Son éstos los criterios sobre los que hay que valorar el sentido de incorporar un tipo u otro de ejercicio en una sesión de entrenamiento (no olvidemos que el respeto al ciclo taichi, tal como lo hemos explicado en el área 1, nos garantiza ya una base de actuación). Más aún tendremos que tenerlos en cuenta para ensayar con técnicas de tonificación o relajación, formas de respiración centrada en el abdomen o el pecho, natural o «invertida », etc.

Confundir técnicas con criterios es el error más burdo en el que podemos caer. Pero por desgracia, es un error habitual. Los criterios que hemos expuesto aquí establecen el acceso a una situación en la que una técnica puede ser más o menos oportuna, o completamente contraindicada. Por el contrario, cuando tomamos una técnica y la aplicamos como si se tratase de una fórmula eficaz por sí misma, al margen de cualquier otra circunstancia, no conseguiremos más que introducir o aumentar la confusión.

 

92. «Plantarse como un árbol» o «Abrazar la unidad» (Zhan zhuang gong/Bao yi)

Apuntamos en su momento que una de las cualidades que caracterizan a la postura humana de pie es que, a diferencia de la de otros animales, ha sido diseñada para equilibrarse a través del movimiento. Uno no se planta sobre sus dos piernas para quedarse quieto. A diferencia del resto de los animales en contacto con la tierra que pueden permanecer casi indefinidamente sobre su apoyo habitual, el que les permite la automoción, al menos cuando están despiertos (comen o copulan, por ejemplo, en las mismas posturas en las que se desplazan, con pequeñas variaciones, incluso algunos pueden dormir en las mismas), el ser humano se sienta, se apoya o se echa cuando su cuerpo deja de desplazarse para realizar cualquier otra actividad: su postura parece altamente dinámica pero poco propicia para el descanso inmóvil.

Por eso, «estar de pie» y «quedarse quieto» representa en sí mismo una cierta contradicción, ya que la postura de pie no es una postura neutra. Inmovilizarla implica una contención, una inhibición del movimiento externo que provocará aceleración interna. Pararse (376) de pie es sujetar el cuerpo, y uno lo hace al acecho de lo que pueda ocurrir, cuando ha reconocido una señal de peligro que aún no ha terminado de interpretar o le obliga a inhibirse, o cuando un acontecimiento extraordinario «le deja paralizado» (la orden de una autoridad, por ejemplo).

El ser humano, irresistiblemente empujado a la exploración y el conocimiento del mundo, también ha convertido sus propias experiencias sensoriales en formas de experimentación interna (de auto-observación, alteración o transformación de alguna de los componentes de su funcionamiento orgánico o perceptivo en aras a la investigación o el logro de determinados objetivos): además de adaptarse y sacar conclusiones de los imperativos de sus circunstancias o accidentes, ha alterado de mil maneras posibles su alimentación y la ausencia de la misma con dietas y ayunos, ha intentado vivir en situaciones extremas en cuanto al clima o la composición del aire, motivada por la altitud, demostrando una capacidad de adaptación inaudita. Ha llevado hasta el extremo sus posibilidades de resistencia también en relación al sueño, la sed, la soledad, a cualquier forma de estimulación o de aislamiento sensoriales (de la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto). Ha tratado de intervenir en el control de las funciones orgánicas autónomas como su proceso digestivo o los latidos de su corazón, sin entrar ya en los intentos de comunicación o control con o sobre otras personas, en el sueño y en la vigilia, de cerca y de lejos. Muchos de los avances técnicos en el transporte, la comunicación o en la intervención sobre las enfermedades se han desarrollado a partir de este impulso que parece no tener límite.

No es por eso de extrañar que haya habido seres humanos que hayan dirigido su atención hacia el interior en busca de recursos o respuestas útiles a las necesidades o preguntas existenciales con las que se han enfrentado, en busca de la palabra. Desde los chamanes en sus trances hasta los eremitas en su soledad, los faquires y los yoguis con sus sofisticadas técnicas de control del dolor o la impasibilidad, los filósofos o los adivinos, los monjes en fin, todos han sido en alguna forma «psiconautas», exploradores en sus respectivas interioridades. Y en todos ellos, el cuerpo ha sido predispuesto, entrenado o sometido a determinadas condiciones o disciplinas que se ajustan a unos u otros fines. Cualquier practicante actual de una técnica corporal, se nutre de alguna manera de las experiencias de unos u otros, experiencias de las que se han derivado técnicas más o menos asequibles a nosotros.

En este sentido, el tai chi chuan y el qi gong en su amplia variedad, son hijas de parte de esta exploración y hoy siguen evolucionando en la medida en que las condiciones para la misma, su interés y sus posibilidades se dan o se alteran. Como ya hemos dicho, el tai chi chuan es una de estas prácticas que exploran el potencial rítmico del movimiento humano, desde la máxima velocidad a la inmovilidad, poniendo especial énfasis en las bandas que se apartan de los ritmos ordinarios, bien por la exigencia de atención en movimientos explosivos o precisos -condicionados en este caso por la presencia de otro en actitud agresiva-, o bien por pautas ralentizadas de movimiento hasta la propia inmovilidad. Y en cuando a ésta se refiere, hay una postura que ha merecido una atención muy especial entre los practicantes de los últimos decenios: Zhan zhuang, la postura de pie en sus distintas variables.

Es probable que esta postura y su práctica intensiva no adquiriesen el relieve que adquirió a lo largo del siglo XX si no fuera por la investigación y las aportaciones de Wang Xiangzhai (1885-1963), creador de un sistema al que denominó Yiquan -«arte marcial» o sistema de lucha (quan o chuan) que enfatiza el Yi (que se traduce como mente, poder mental, voluntad, etc.)-. Él fue

«uno de los artistas marciales chinos más famosos del siglo XX, cuya práctica principal era simplemente permanecer en pie inmóvil: ...Wang consideraba que estaban poniendo el carro delante del caballo, pues la obsesión por la forma externa se convertía en una barrera insuperable para descubrir y cultivar la esencia interna. Esta esencia, pensaba, sólo podía ser descubierta y desarrollada por la mente. Sólo el adecuado adiestramiento de la mente permitía al cuerpo redescubrir su habilidad innata para el movimiento natural y así desarrollar la capacidad de reaccionar espontánea y adecuadamente ante cualquier situación » (377).

No es casual que el penitente cristiano se postre de rodillas o se inmovilice echado sobre el suelo en expresión de extrema sumisión. Que en la llamada por algunos «revolución anacoreta» que recorrió Europa entre los siglos IV y VII de nuestra era, cientos de personas se retiraran a los desiertos de Oriente Próximo para escenificar allí al pie de la letra la insoportable tensión entre Dios y el hombre encadenado a un cuerpo mortal (378). Desnudos y hambrientos, expuestos al sol y a los elementos y con frecuencia a la vista de miles de espectadores que acudían a visitarlos, estos atletas de una nueva subjetividad se subían a veces sobre columnas cada vez más elevadas para alejarse en cuanto fuera posible de cualquier terrenalidad y permanecer en las alturas desde las que clamar a Dios y fundirse con Él. Tampoco es casual, como apuntamos en otro lugar, que la llamada postura reina de los yoguis hindúes sea la de pararse sobre la cabeza invirtiendo la postura de pie...

No es pues casual que los luchadores de ascendentes taoístas o budistas eligieran pararse sobre las dos piernas para permanecer inmóviles en una posición de máxima estabilidad sobre los pies -separados habitualmente a la anchura de los hombros (o las caderas, si estas son más anchas que aquellos)-, que permite el aprovechamiento de la estructura dinámica humana -desde los puentes de los pies hasta la óptima utilización de cada una de las articulaciones-, para potenciar la carga energética que ya se produce por el hecho de detener el movimiento. Esta postura que exige una gran atención sólo para hacerla posible y viable durante unos minutos, escenifica nuestra verticalidad desarrollando la sensibilidad sobre los mecanismos que la hacen posible. Mecanismos que, en su funcionalidad habitual, pasan desapercibidos hasta que por accidente o deformación comienzan a doler o fallar.

El practicante que permanece un tiempo «de pie como un árbol» explora en las condiciones en las que se optimiza el uso de cada una de las articulaciones de su estructura en sus dos funciones básicas: la de soportar la presión de la gravedad (descendente) y la de crear y transmitir un impulso antigravitatorio que lo compense y dinamice (ascendente). Cada articulación no sólo es una llave o válvula de control para estas dos fuerzas, sino que está en contacto con el plano horizontal donde está situada, actualizando la carga o descarga relativa de cada uno de los planos con su particular expresión energética/emocional. Aprender a colocar los pies, las rodillas, la pelvis, los distintos segmentos de la espalda o el cuello o la cabeza no es cuestión aquí de mera precisión postural. Es expresión y reflejo de la forma como el cuerpo recibe e integra no sólo las fuerzas físicas sino también los niveles superiores con su carga de estímulo o represión.

Es especialmente significativo e importante el trabajo de ubicación de los brazos que no se dejan caer sino que se sostienen en el aire en distintas posiciones y, muy en particular, dibujando un abrazo. «Abrazar» aquí representa la máxima expresión física de la liberación de los brazos en una posición provocadoramente antigravitatoria buscando sus apoyos en el espacio (el tian/cielo de la cosmología china). Obviamente esto no es físicamente literal, pero tiene toda la fuerza de una actitud que determina una búsqueda y su realización. Ajustar los hombros, codos, muñecas y manos para que realicen la vivencia de «abrazar la nada» sin dolor y con la máxima presencia, representa la máxima expresión de la encarnación humana en su dimensión horizontal -como abrazo- sustentada en el máximo aprovechamiento de la verticalidad.

Simbólicamente, también representa «Abrazar la Unidad», Bao Yi en chino. Que este abrazo sea tan explícito y sustentado en el cuerpo, establece un modelo que se sitúa en la dirección opuesta a la negación de nuestra condición terrestre -la insoportable tensión que generó la construcción de los monoteísmos en Occidente-. Esto hace que Zhan zhuang gong pueda ser practicado incluso como técnica de ajuste y sensibilización postural, como la fase final del ciclo taichi, y como espacio de acrecentamiento de la conciencia abierta a los distintos ámbitos simultáneos del ser humano -como postura de meditación-. Pero no es ése su origen ni fue diseñado su entrenamiento bajo esas coordenadas. Que pueda terminar convirtiéndose en instrumento fundamental de un entrenamiento marcial para profundizar en la capacidad de relajación en la acción, o en una postura que sobre la que actuar para dirigir la atención con fines de autocuración o transformación sutil, nos habla de la profunda intuición que lleva implícita. De la particular manera de «buscar la palabra perdida» -siguiendo la expresión de Ende- de un luchador como Wang Xiangzhai.

Quiero volver a recordar las frases de Peter Brook que ya mencioné al hablar de «arte y forma» para entender tal forma -en este caso concerniente a una postura externamente inmóvil-: «La auténtica forma no es como la construcción de un edificio, donde cada acción es el paso lógico que sigue al paso previo. Por el contrario, el auténtico proceso de construcción implica al mismo tiempo una especie de demolición. Esto significa aceptar el miedo. Toda demolición crea un espacio peligroso en el que hay menos muletas y apoyos» (379). Haciendo una lectura técnica de esta explicación, y considerando las leyes que rigen la traducción de los distintos niveles del ser humano, tal como las hemos explicado en los capítulos precedentes, la «demolición» ocurre cuando el nivel del practicante se involucra en el «descenso» con todas sus implicaciones. El «ascenso» concierne a la expresión, una suerte de «reconstrucción» que no es otra cosa que la misma vida.

 


NOTAS

(374) El espejo en el espejo. Alfaguara, 1995.

(375) Aunque no tan amplio como otros lo consideran, incluyendo aquí cualquier cosa que uno haga, sea deporte o faquirismo, control mental o bailes de salón.

(376) Siempre me ha llamado la atención que en el habla española de México se le diga a uno «¡párate!» cuando se le pide que se ponga de pie. Podemos pensar que si «pararse» es a la vez ponerse de pie y quedarse quieto en esa postura, la expresión recoge el sentido de contención del que estoy hablando.

(377) Jan Diepersloot, 1999. El Tao del Yiquan, los guerreros de la quietud. La Liebre de Marzo, 2004.

(378) «El principio-desierto se fortalece en el momento en que el cristianismo deja de ser religión de la oposición; hasta después de la época de los mártires no se desplegó, en todo su rigor, el potencial psicagógico y psicopolítico de la técnica monoteísta de formación de hombres. La desproporción entre el Dios uno y el alma sola se va infiltrando, con ayuda de ascesis de por vida, hasta que se produce el santo, el cual sirve, ante el público, como ecuación y alegoría de lo imposible. Así pasa a ser el desierto una institución metafórica. Los primeros iconos no se pintan sobre madera, sino que se cincelan mediante autoinmolación glorificada sobre la carne humana reticente. Por eso, aquellos atletas del vivo retrato, aquellos combatientes solitarios, trabajadores de almas y escultores de iconos en sus clausura insomnes, pertenecen a la historia del esfuerzo del sujeto occidental, por más que a muchos trabajadores modernos les costase mucho admitir su procedencia, cuando menos indirecta, de aquellos antiproductores extenuados». Peter Sloterdijk, 1993, ¿Adónde van los monjes? en Extrañamiento del mundo. Pre-textos, 1998. Volveremos sobre estas cuestiones en el área 4 del segundo volumen.

(379) Peter Brook, op. cit.

 

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