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X. La entrada al entrenamiento

 

38. Entrar en un nuevo espacio. La función del profesor
39. Los ejercicios iniciales
40. El trabajo con las articulaciones
41. La flexibilización (los estiramientos)
42. La actividad aeróbica
43. Otras observaciones

 

Cuando, desde la inactividad, pasamos a la actividad física, el cuerpo necesita una adecuación, una preparación. Decimos, por ejemplo, que la musculatura debe estar a punto, suficientemente activada, para evitar lesiones y favorecer su rendimiento. Por eso, solemos llamar calentamiento a esta primera fase del trabajo porque la sensación de calor es la que mejor se acerca a una preparación óptima: estimulación, tono, etc.

Pero, en nuestro caso, no sólo se trata de preparar los aspectos anatómicos y funcionales del cuerpo: los grupos musculares, las articulaciones o las funciones vasculares o respiratorias. Dicho así, tenemos el peligro de caer en una visión excesivamente fragmentaria y mecánica –tal como la anatomía y la fisiología modernas suelen ser explicadas, es algo que resulta difícil de evitar–.

Por nuestra parte, la manera en que hacemos esta preparación y la adecuación a la nueva actividad deben tratar de estar integradas en una concepción más abarcadora y sutil del conjunto del entrenamiento (175).

Conviene recordar que, aunque hablemos de ejercicios o técnicas, lo hacemos siguiendo los criterios expuestos en nuestro enfoque del trabajo corporal que he tratado de aclarar en los artículos previos. La búsqueda de un entrenamiento centrado sobre el fondo del principio de la polaridad determina radicalmente no sólo nuestra concepción del mismo, sino los objetivos, los puntos de atención y los límites de cada uno de los ejercicios. Cuando estoy estirando y relajando mi cuello o soltando los dedos de los pies, un entrenamiento centrado no deja de referirse a la sensación del conjunto del cuerpo, a la forma en que una tensión o una falta de sensibilidad se compensan en otras zonas, a mi manera de respirar, a mi sensación de peso o ligereza, y a todas las percepciones asociadas a tales sensaciones –que incluyen sentimientos y pensamientos presentes o ausentes–. Por supuesto, un alumno que accede a un entrenamiento diseñado según estos criterios, no tiene por qué recibir todo esto como una lluvia de instrucciones (las instrucciones verbales acaparan la atención mental y tienden a bloquear la percepción sensitiva). Es el profesor el que debe ser consciente de ellos y manejarlos adecuadamente. La manera en que es llevada a cabo la sesión permitirá un posible acceso directo a estas vivencias o dificultará su percepción.

Podríamos resumir los objetivos del conjunto del entrenamiento que proponemos como un intento de explorar una nueva dimensión espacio/temporal partiendo de nuestra naturaleza corporal y trabajando específicamente sobre ella. La entrada no es sino la puerta a esta experiencia en el marco de las cuatro fases descritas anteriormente.

 

 

38. Entrar en un nuevo espacio. La función del profesor (176)

Cada vez que entramos en un nuevo espacio, se produce un cambio, una adaptación en nosotros. Por imperceptible y automatizada que esté, ésta requiere un ajuste que podríamos explicar como “algoque se cierra y algo que se abre”. Por ejemplo, cuando volvemos a casa desde la calle y nos la encontramos vacía, o con una persona amada que nos recibe con alegría, o con presencias inesperadas... Éste es el primer aspecto que debemos considerar cuando nos planteamos iniciar una sesión de entrenamiento.

Entre las distintas variables que influyen en el cambio que se produce cuando una persona se dirige a una sesión de taichi, elegiremos tres, tanto por su importancia como porque tenemos alguna posibilidad de moldearlas: el lugar físico, la acogida que de los alumnos realiza el profesor, y la pauta que desarrolla la propia actividad que éste propone.

En cuanto al lugar físico, el espacio o el entorno en que se realice, tiene una importancia capital. Vivimos en un entorno lleno de injerencias no elegidas ni deseadas y, por tanto, percibidas como agresión –aun deseada o provocada en uno mismo–. En general, podemos decir que vivimos en una sobreestimulación sensorial, emocional y mental a la que nos adaptamos creando defensas que sobrecargan y cansan nuestro organismo hasta el agotamiento. Por eso, un lugar adecuado para el entrenamiento debería ser capaz de suavizar por sí mismo esa sobreestimulación, no sólo para permitir la introducción de nuevos “datos”, sino para aumentar la sensibilidad a los estímulos y facilitar su gestión.

Es fácil interpretar inadecuadamente esta realidad y llegar a considerar como “malo”, por indeseado, el espacio exterior al entrenamiento y “bueno”, por elegido, el contenido y el espacio del mismo. Es a esta percepción a la que nos lleva muchas veces la primera etapa del entrenamiento, cuando los beneficios que percibimos superan con mucho las dificultades o la incomodidad que nos produce. También es algo a lo que se siente especialmente tentado cada profesor, bien para vender su producto, bien llevado por su propio entusiasmo. Pero alimentar esta dualidad es una irresponsabilidad. El objeto de nuestro entrenamiento no está en su propia excelencia sino en su capacidad para crear un referente que facilite el caminar por la vida. Aun cuando resulta legítima y necesaria cierta higiene corporal, desarrollar su sensibilidad, etc., no lo pretendemos para ponernos a salvo de la complejidad de la vida en todos sus aspectos, sino para vivirla más adecuadamente, algo que un profesor nunca debería ignorar, sobre todo si se siente tentado a resultar imprescindible para sus alumnos. Pero volvamos al entorno físico del entrenamiento.

Una sala ventilada, con iluminación y temperatura adecuadas, y vacía de estímulos sensoriales agresivos facilitará el trabajo. Ya que la “sala ideal” es difícil de conseguir, podemos elegir un lugar adecuado al aire libre para la práctica. Pero esto funciona mejor cuando se trata de una práctica individual que cuando vamos a dirigir un grupo. Ya que la práctica necesita de una disminución de los estímulos y de cierta interiorización desde el primer momento, implica una acogida que suele ser más fácil de conseguir en un recinto cerrado. Sin olvidar que se produce un desnudamiento que debe ser compensado por el arropamiento que un lugar en buenas condiciones puede comenzar a facilitar.

Laactitud del profesor desde el inicio de la sesión, como ya hemos empezado a considerar, es el siguiente elemento, más importante aún que el entorno físico. El profesor debe comenzar reconociendo su propio grado de excitación sensorial, emocional y mental cuando va a dirigir un grupo (su motivación o apatía y los factores que la provocan, etc.). Sin espacio interno para los otros, será inevitable la manipulación. En primer lugar porque un profesor debe acoger con su presencia a los alumnos. Esto no significa que deba llenar el vacío que cree el lugar físico, la situación creada por la práctica o las necesidades más o menos conscientes de los mismos. He comenzado mencionado la sobreestimulación sensorial, emocional y mental… a la que a menudo el profesor contribuye, sobre todo en el ámbito emocional.

Todos nosotros –en primer lugar el profesor–, acudimos a un grupo, aún sin planteárselo conscientemente, buscando una compensación emocional. En términos de excitación, podemos decir que, a veces, nuestro entorno emocional es insatisfactorio por exceso (relaciones y estímulos indeseados pero inevitables), y buscamos espacios para aliviar esa carga. Otras veces y, con frecuencia, simultáneamente, sufrimos carencias básicas y necesitamos compensarlas. Este es el ambiente emocional que respiramos en todo grupo y, por tanto, también en un grupo de entrenamiento. Otro nivel de interacción emocional que no debemos ignorar se refiere al de la pertenencia: nuestra necesidad de formar parte de un colectivo.

El profesor, con su grado de sensibilidad, satisfacción o madurez en este terreno, es el principal gestor de la dinámica emocional del grupo y deberá estar tan atento y consciente como sea posible de su interacción con él. Por inconsciencia o inmadurez, el poder que otorga el lugar del profesor puede ser utilizado para alimentar sus carencias emocionales, de poder o de pertenencia. Y esto lleva casi siempre a situaciones que alimentan la confusión: confundimos la riqueza de una práctica con las compensaciones que nos produce el enseñarla o eludimos los cuestionamientos necesarios por no tocar nuestra sensación de pertenencia(177), etc. El profesor no es el encargado de satisfacer la demanda del alumno... pero debe empezar siendo consciente de las suyas propias. Y el descubrimiento de las mismas será, sin duda, parte de las sorpresas y regalos de su trabajo con el grupo. Con todo, insisto en que un grupo debe ser acogido en el aterrizaje que ha de hacer en el nuevo espacio que va a compartir. Sin esta acogida, la posibilidad de descarga de tensiones –incluso físicas–, será mucho más difícil.

El tercer elemento que he mencionado es la propia actividad. Me refiero a lo más explícito: los ejercicios que proponemos. Vamos a hablar de ellos a continuación, sin olvidar nunca que su sentido, adecuación y efecto dependerán del conjunto de consideraciones que estamos comentando.

Los apartados que siguen pueden representar otros tantos momentos que se van desarrollando progresivamente a través de los primeros minutos de una sesión, pero esto es sólo parcialmente cierto. Más exacto para algunos de ellos (los ejercicios de entrada o la actividad aeróbica) que para otros (los estiramientos o la tonificación, por ejemplo). Para facilitar su análisis y entendimiento, seguimos el orden que mejor se adapta a una teórica progresión, teniendo en cuenta que ésta puede variar, y que muchos de estos aspectos se solapan entre sí.

 

39. Los ejercicios iniciales

Los primeros ejercicios que se realizan en una sesión son especialmente importantes porque, como digo, marcan la ruptura del tiempo anterior y la entrada en uno nuevo. Por eso debemos dedicar un tiempo (no demasiado largo pero sí con una entidad claramente reconocible) a una actividad que no exija una atención específica a una u otra parte del cuerpo o una habilidad especial, y que permita reconocer el ambiente del trabajo, además de una primera toma de contacto con el cuerpo, la respiración y la postura.

Plantarse sobre los pies y las piernas sintiendo el peso corporal, y mover suavemente el eje vertebral tratando de aligerar pasivamente la espalda, la cintura escapular y los brazos a través de un suaves sacudidas que se van trasmitiendo a las distintas partes del cuerpo puede ser adecuado. Pero podemos recurrir a cualesquiera otros que faciliten esta entrada: desde un trote suave con juegos de atención en interacción grupal que exijan una considerable focalización de la atención y la soltura del cuerpo para buscar después la interiorización de las sensaciones, hasta el rodar y estirarnos por el suelo sin mayores pautas que la de sentirnos vivos (178).

Existe una serie de ejercicios muy utilizados en el inicio de las sesiones de taichi y qi gong que tienen este sentido. Propongo una serie de cuatro de ellos, como muestra, que pueden servir con diferentes variantes:

  1. Piernas separadas el doble de nuestra anchura, pies paralelos. Cargar alternativamente la mayor parte del peso del cuerpo sobre una y otra pierna flexionando la rodilla cargada en una oscilación de los brazos y una ligera rotación del tronco desde la cintura.

  2. Se puede continuar con estas suaves rotaciones reduciendo la separación de las piernas a la postura natural (179) y fijando una ligera flexión de rodillas que permita la relajación lumbar que exige una adecuada postura y respiración. Esto permite un trabajo de tonificación pasiva de las articulaciones de las piernas, la cintura o el tronco.

  3. Cambiar la oscilación de los brazos en sentido antero-posterior provocando una movilización diafragmática pasiva que facilita la amplitud respiratoria y continuar con la relajación de hombros, pecho, plexo solar y abdomen desde una sensación más interiorizada por el bombeo respiratorio que provocamos.

  4. Dejar caer todo el tronco desde la cintura hacia delante aflojando cuello, cabeza y hombros, manteniendo las rodillas desbloqueadas. El peso del cuerpo hacia delante libera el cuello, la nuca y el conjunto de la espalda, y la incorporación progresiva desde esta postura produce un primer estiramiento antero-posterior de la misma.

Como decía, estos ejercicios realizados en los primeros minutos facilitan una conexión con nuestra sensación corporal a la vez que la atención no está dirigida a nada demasiado específico (la atención casi siempre necesita un tiempo para soltar los elementos con los que hemos llegado al entrenamiento y centrarse en las sensaciones corporales). Además, comenzamos trabajando suavemente el eje corporal, la postura y la respiración, lo que facilitará entrar en la siguiente fase en un estado de sensibilidad y presencia acrecentadas. He comentado antes que la vía de acceso a este estado puede ser la opuesta: focalizar la atención dinamizando la movilidad corporal y la interacción de grupo. El medio que utilicemos dependerá del tipo de grupo con el que trabajemos (su edad, su tamaño, etc.), así como de las preferencias del profesor, lo que no quita para que podamos combinar distintos recursos.

 

40. El trabajo con las articulaciones

Tras la entrada, podemos pasar a una movilización más específica de las distintas articulaciones. Tampoco aquí su objeto es sólo “gimnástico” –en el sentido de flexibilizarlas y prepararlas para posteriores trabajos–, ya que consideramos las articulaciones como lugares de comunicación energética especialmente sensibles. Cuando las movilizamos con atención entramos en contacto con esta cualidad fundamental para lograr la sensibilidad necesaria para el progreso en el resto del trabajo, más específico del tai chi chuan. Ya que vamos a trabajar con mayor detalle, el orden en el que realicemos los ejercicios tiene aquí mayor importancia. Podemos regirnos por dos criterios utilizados desde antiguo:

1. Un recorrido descendente

Aquí consideramos la estructuración descendente del proceso de maduración biológica (180) y, por lo tanto, la relativa mayor importancia de las tensiones de la parte superior del cuerpo con respecto a la inferior: una fuerte tensión en el cuello va a supeditar cualquier intento de sensibilizar la cintura ya que la energía está estancada arriba y dificulta su movilidad más fundamental que es descendente. Iremos trabajando los distintos segmentos corporales desde la cabeza hasta la pelvis con lo que, además de las consideraciones y efectos ya comentados, nos situaremos con claridad en los tres niveles fundamentales donde nuestro ser tiene su reflejo corporal: la cabeza, el pecho y el vientre. Brevemente, podría tratarse de una secuencia así:

  1. Movilizar toda la musculatura de la cara con muecas.

  2. Estirar el cuello aprovechando el peso de la cabeza relajando la presión de la nuca y estirando la musculatura cervical.

  3. Rotaciones de los hombros que inciden directamente en la apertura y el cierre del pecho, la movilización de las vértebras dorsales, la apertura de las costillas y la amplificación de la respiración pulmonar.

  4. Rotaciones y movilizaciones pélvicas, tratando de relajar el diafragma y el abdomen.

Este recorrido facilita el que vayamos situándonos conscientemente en el espacio interno, una condición necesaria para reconocer también la dirección y los límites del trabajo posterior.

2. De fuera hacia dentro

Este es otro recorrido que puede ser complementario al descendente. Se trata de ir movilizando en primer lugar las articulaciones más alejadas del eje central (las de los pies y las manos) e ir acercándonos a él (tobillos/muñecas, rodillas/codos y caderas/hombros). Moverlas lentamente manteniendo un buen apoyo y acompasando los círculos a la respiración, permite también una conexión y apertura de los tres niveles por la relación directa entre los brazos, la cintura escapular y el pecho; y las piernas y el cinturón abdominal.

3. Los tres círculos.

En ambos casos no sólo estamos movilizando las principales articulaciones, sino utilizándolas como acceso a toda la estructura corporal y al cuerpo energético. En ambas alternativas trabajamos los tres círculos básicos de nuestra estructura: el círculo escapular que une los brazos y el pecho y actualiza nuestra horizontalidad (los brazos, liberados de la locomoción, están libres para relacionarse e interactuar material y emocionalmente). El círculo abdominal con las piernas y el vientre nos une a la tierra, no sólo porque nos apoyamos en él por nuestra postura erguida, sino porque mantiene la vibración más ligada a la supervivencia biológica y a la movilidad física –nuestro centro de gravedad se encuentra en el vientre–. El tercer círculo es el que reúne a ambos y la cabeza, el llamado círculo microcósmico en la tradición china, que sigue el recorrido de la columna vertebral uniendo verticalmente la parte anterior y la posterior, las cinturas escapular y abdominal y todos los segmentos corporales y los centros de vibración sutil de nuestro sistema físico y energético.

Todo el diseño del trabajo que hacemos en el taichi o en el qi gong se puede resumir refiriéndonos a estos tres círculos, por lo que volveremos a ellos repetidas veces (181).

 

41. La flexibilización (los estiramientos)

De entre todos los aspectos que venimos comentando, los estiramientos son probablemente los ejercicios más generalmente asumidos como convenientes en sí mismos y como complemento a cualquier actividad física más intensa. Estamos nuevamente ante un recurso natural del organismo que se despereza tras el sueño reparador o necesita estirarse tras un tiempo de inmovilidad, siempre que no haya elementos inhibidores. Son estos elementos inhibidores los que hacen necesario diseñar sistemas para re-aprender a estirarnos, lo mismo que a otras muchas actividades naturales.

Casi todos los sistemas de estiramientos ponen el énfasis en el interés de recuperar esta capacidad con todos sus beneficios como parte de la necesaria actividad de nuestros sistemas articulares y musculares. Desde aquí nos proponen estirar las distintas partes del cuerpo con ejercicios particulares para la espalda, las extremidades, etc.

Un segundo aspecto que se suele tener en cuenta es la necesidad de compensar una actividad corporal específica en base al ejercicio aeróbico que vamos a realizar o hemos realizado, atendiendo a preparar y recuperar en particular los grupos musculares que más participan en ella. Todo esto es perfectamente lógico y conveniente, y la información para realizar estos ejercicios está al alcance de todos (182).

En tercer lugar, se han desarrollado distintos sistemas de estiramientos con fines fisioterapéuticos. En este caso, se interviene sobre las zonas tensas o acortadas desde un análisis postural y dinámico, con un proyecto de recuperar no sólo la funcionalidad muscular sino todas sus implicaciones orgánicas e, incluso psíquicas. Entramos aquí en un espacio que sería más estrictamente terapéutico y que incluye una gran variedad de sistemas que han ido incorporando a veces elementos orientales desde el hatha yoga al qi gong (183).

Teniendo esto en cuenta, lo que nos interesa clarificar es la manera de ubicar este trabajo en nuestra propia práctica y su ciclo:

  • La flexibilización de la musculatura, no es el objetivo de nuestro entrenamiento. Pero es evidente que un mínimo de elasticidad –y de tono muscular, como veremos en el siguiente apartado–, son imprescindibles para avanzar en el trabajo, pues una falta de los mismos funcionará como una barrera para acceder a una vivencia corporal centrada. Y no sólo esto. Tenemos que dar importancia a este trabajo pues la rigidez y la falta de tono son tan generalizados en nuestro estilo de vida, que el acceso a los mínimos de sensibilidad y plasticidad que implica el taichi, incluso en el nivel más elemental, quedan sin él lejos de nuestro alcance.
  • Como ocurre en tantas otras esferas, los análisis anatómicos y fisiológicos a los que estamos acostumbrados en los tiempos modernos tienden a una excesiva fragmentación. Podemos trabajar músculo por músculo, articulación por articulación... y perdernos en la selva de los detalles. Desde visiones anatómicas occidentales más sutiles como la osteopatía, se comprende que el cuerpo es un sistema físico único: músculos –superficiales y tónicos–, ligamentos, articulaciones, fascias y huesos son un único sistema anatómico. Como creo que quedará sobradamente argumentado, el mismo cuerpo físico no es sino parte de un todo que, en nuestro lenguaje llamamos energético, y que incluye emoción y mente. Un buen trabajo de estiramientos tendrá en cuenta el detalle de lo que está trabajando y la apertura hacia una visión global, en el cuerpo y más allá de él. Esta apertura es la que permite ubicar el sentido y los límites de un ejercicio específico en una estrategia global.
  • Explicado de otra manera: lo que al principio tiende a ser fragmentario, en la medida en que se va progresando (ganando en flexibilidad, tono, sensibilidad y capacidad de interiorización), va resultando más y más unitario. Es esto lo que suponen “los clásicos del taichi” que no hablan tanto de tensión o de relajación, sino de un concepto que los incluye –song–: una idea de tono ajustado, elasticidad muscular unida a una sensación postural dinámica, que incluye, sin ser explícitamente consciente, la respiración y el contacto con el exterior. Es por esto mismo que, según avanza el entrenamiento y la cualificación para él, podremos obviar un trabajo específico de estiramientos y entrar directamente a secuencias como formas o trabajos de contacto, donde un practicante sensible puede incorporar la preparación que necesita.

Como nota que puede servir para ilustrar nuestro enfoque, podemos explicar que nuestro entrenamiento, aunque incluya ejercicios de estiramiento como preparación, raramente los incluirá, a diferencia de las prácticas deportivas, como conclusión. De lo más físico y externo, de la preparación, la carga y la explosión, vamos pasando a lo más sutil e interno en las fases de expansión y quietud. Esta progresión no sólo implica cambios en las técnicas y ritmos utilizados, sino el acceso al tono y la actitud justas desde el interior de nuestra percepción tanto física como psíquica.

 

42. La actividad aeróbica

Sería suficiente considerar el sedentarismo y la insensibilización de las funciones corporales más básicas a las que nos vemos sometidos para entender la importancia otorgada a lo aeróbico en el trabajo corporal. En la entrada al entrenamiento que estamos comentando, lo aeróbico es parte de la tonificación y la carga a la que nos acabamos de referir, pero lo incluyo como un punto aparte, precisamente por las razones apuntadas. Esto es suficiente para incluir una actividad aeróbica como la carrera en la preparación para nuestra práctica.

Salir del estado de reposo, estirarnos, soltar las articulaciones e iniciar un trote que nos coloque en la capacidad óptima de actividad física es algo simple y necesario para un cuerpo despierto y vivo. La preparación implicaría aquí la asunción de esa normalidad que, por desgracia, no es habitual entre los adultos de nuestro entorno. Los cambios fisiológicos que se producen al echarse a correr o en cualquier otro quehacer aeróbico hasta que la circulación sanguínea y la respiración se adaptan al cambio de actividad, nos permiten una entrada en nuestra realidad corporal y una preparación para cualquier actividad especializada tan completa como simple (184). Esto no significa que basta con echarse a correr para cumplir con estos objetivos. Desgraciadamente, tendemos a reproducir nuestros desequilibrios físicos y de actitud cuando nos imponemos esta tarea, como en cualquier otra, y tendremos que atender a algunos detalles para que la carrera sea una actividad que no fuerce las tendencias al desequilibrio: el apoyo de las plantas del pie, la relajación de los músculos que no participan directamente en sostenernos o impulsarnos, la atención a los cambios y la adaptación respiratoria... Podemos resumir todos estos aspectos en una frase de un hermoso libro sobre la carrera: “Serás capaz de correr sin cansancio si sigues esta regla: corre en el interior de tu aliento, no corras nunca delante de él (tienes que correr para saber lo que esto significa)”(185).

La carrera iniciada desde el reposo permite a su vez un trabajo rítmico y espacial que nos sitúa un paso más adelante en la vivencia de la polaridad. Comenzamos suavemente, en un ritmo de progresión y carga para ir a más en la adaptación aeróbica y concluir en una fase explosiva y el lento caminar. Saliendo de pautas y recorridos mecánicos o establecidos de antemano, nos permitirá movernos por el espacio de que disponemos compartiéndolo con nuestros compañeros, ocupándolo y desocupándolo constantemente, entrando en un contacto que implica una atención más allá de lo visual y lo táctil.

 

43. Otras observaciones

Como se puede ver, apenas me he detenido en ejercicios de calentamiento, y menos aún en mostrar alguna suerte de catálogo para esta fase inicial del entrenamiento. Las pocas y escuetas referencias a ejercicios concretos quieren facilitar el entendimiento de los conceptos con los que trabajamos. Esto no quiere quitar importancia al cuidado necesario en la realización práctica de cada ejercicio, pero hay dos razones que me llevan a dejar de lado las enumeraciones descriptivas: la primera, que la palabra escrita es una mala herramienta para ello. Es mucho más fácil, práctica y conveniente la explicación, experimentación y corrección directa de los mismos, desde la instrucción de un profesor experimentado. La segunda razón es que ya disponemos de numerosos manuales en este sentido, acompañados de ilustraciones y, con frecuencia, de grabaciones audiovisuales.

Creo que la cualidad más notable del tai chi chuan como entrenamiento corporal es su versatilidad. Se trata de una especie de crisol que puede recibir cualquier ejercicio y distintos sistemas de entrenamiento. Lo que define su naturaleza es una gran sensibilidad para la aplicación del principio de la polaridad desde el bagaje de los sistemas marciales y su sensibilidad a eso que llamaremos “energía”. Pero esto, a la vez que encierra una gran oportunidad, conlleva también un peligro: el de caer en alguna especie de “todo vale de cualquier manera”. Si nos acercamos a un sistema elaborado de ejercicios, a una forma, a un sistema fisioterapéutico o a cualquier otro modelo de entrenamiento, lo primero que tenemos que demostrar es el respeto que merece la experimentación y el trabajo que encierran. Existe un gran peligro de trivialización en la utilización ecléctica de cualquier ejercicio. Antes de utilizarlos, debemos tener claridad en cuanto a su diseño y su función, y esto suele resultar muy difícil sin suficiente experimentación en uno mismo –aunque tampoco la mera práctica insistente garantice su adecuada utilización–. Nuestro entrenamiento es más que ninguna serie de ejercicios, pero en esta presunción, puede resultar mucho menos que cualquiera de ellos realizado con rigor y profundidad.

Comprendido esto, es fundamental que un profesor se apoye en claros criterios, no sólo en su destreza técnica, y esté asentado en la conciencia de la responsabilidad que implica su labor. Esto es lo que nos hará diferenciar lo cuantitativo (cuantos ejercicios, series, técnicas, formas, etc.) de lo cualitativo: su sentido y aplicación al nivel de receptividad de los alumnos y dentro del diseño global del entrenamiento, tanto de una sesión particular como de la evolución del mismo a lo largo del tiempo.

He mencionado las barreras que representan algunos niveles del entrenamiento, incluso ya en la preparación –un cierto tono y elasticidad o la capacidad para la actividad aeróbica, por ejemplo–. Es inútil y engañoso obviar estas barreras si se presentan –y aún no hemos comenzado a hablar de otros niveles mucho más problemáticos como el contacto o el qi gong–. Lo que para algunos es el primer paso en su trabajo será para otros el límite y el final del mismo. En todos los niveles se puede hacer un trabajo adecuado, siempre que nos ajustemos conscientemente a él.

 


NOTAS

(175) Aunque volveremos sobre este punto (ver capítulo 43, pág. 156 ss.), conviene recordar que esta consideración no debe suponer un menor rigor y claridad en cuanto al respeto de los conocimientos anatómicos o fisiológicos a los que hemos tenido acceso gracias a la investigación de los últimos decenios en Occidente, sino su adecuada utilización en un contexto que pretende no quedarse en un trabajo excluyentemente físico.

(176) Este capítulo anticipa sucintamente algunos de los asuntos del área 5 del segundo volumen que estará dedicado íntegramente a las cuestiones de Transmisión y Aprendizaje.

(177) Esta sensación de pertenencia es especialmente considerable en prácticas que provienen de sociedades o grupos cerrados y sostenidos por sus propios mitos, como suele ser habitual en las llamadas “artes marciales”. Las sociedades agrarias son entidades donde el estamento militar ha alcanzado su plenitud, y en ellas rigen sus valores: la territorialidad; el ejercicio del poder que se toma o se pierde en función de los recursos más expeditivos, entre ellos la fuerza y la habilidad físicas; los valores patriarcales; la afirmación del grupo por exclusión de los otros; la fidelidad a los modelos jerárquicos dominantes; etc. Las sociedades postindustriales en las que nosotros vivimos siguen cargadas de estos valores, aun cuando hayan quedado obsoletos, como lo demuestran muchas de nuestras estructuras, prácticas y conflictos sociales (estamos volviendo aquí a los temas tratados anteriormente desde el exterior, en particular, en los capítulos 18 al 20 –pág. 80 ss.–).

(178) Aquí nos encontramos con la primera muestra de que el orden en el que está estructurado este temario no tiene por qué ser realizado rígidamente en cada sesión. El trabajo aeróbico con el que lo concluimos bien puede ser el inicio de la clase cuando es dirigido para los objetivos que hemos asignado a los ejercicios iniciales, etc.

(179) Llamaremos a partir de ahora postura o posición natural al mantenimiento de los pies paralelos a una distancia aproximada de la anchura de nuestro cuerpo que permite una caída equilibrada del peso del cuerpo en la vertical de las articulaciones de las piernas y el descanso del tronco en la cadera –etimológica y sabiamente “silla”– (ver el capítulo 49, pág. 165, y la figura 1 en la pág. X).

(180) Me refiero al proceso de maduración embriológica, del bebé y del niño hasta su madurez genital, proceso que se produce desde los telerreceptores de la cara hasta la madurez de los órganos sexuales. Este proceso no es ajeno al de estructuración egóica que hemos comentado en los capítulos 18 al 20 (pág. 80 ss.).

(181) No paramos ahora en el sentido de estas calificaciones (desde “energético” a “microcósmico”) pues debemos despejar aún algunas cuestiones hasta presentarlas adecuadamente. El conjunto del área 2, sobre todo a partir del tema XVI (pág. 235 ss.) está dedicado expresamente a estos asuntos.

(182) Entre la gran cantidad de manuales de estiramientos, podemos mencionar uno accesible y práctico de gran difusión: Cómo rejuvenecer el cuerpo estirándose de Bob Anderson editado al menos en castellano, euskera y catalán por Integral ediciones.

(183) Hemos hablado de esta cuestión en el capítulo 28 (pág. 106 ss.).

(184) Elegimos la carrera porque es la actividad más asequible y que no requiere ninguna destreza de aprendizaje más que aquella incorporada a nuestro bagaje filogenético. Pero podría valer cualquier otra.

(185) Fred Rohé, El Zen del correr. Integral, 1987.

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