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104. Consideraciones y condiciones del contacto marcial

 

Tras las consideraciones realizadas hasta aquí, ¿es posible plantearse algún ámbito realista y lúcido donde una práctica de contacto marcial no se convierta en una actividad deportiva, donde el adiestramiento para sus funciones policiales, militares o paramilitares no entre dentro del interés de sus practicantes, donde otros contenidos rituales o de formación no aspiren a ninguna “iniciación en el trato con la muerte”?

Ya he comentado en otro lugar que soy partidario, para comenzar, de descartar ya de una vez el uso de esas dos palabras –“arte marcial”– que han funcionado y funcionan ante todo como palabras fetiche de justificaciones o pretensiones más que confusas. Por eso las sustituimos aquí por las de contacto marcial, esto es, exploración del potencial agresivo del gesto humano en contacto con otros. Estaremos así más cerca de poder generar unas condiciones donde tal exploración tenga visos de utilidad, tanto en la complejidad y dificultad de la misma, como en su interés y sus propias limitaciones.

Aunque me repita en lo ya dicho sobre el deporte y sus innumerablesvalores educativos, culturales y sociales”, me parece oportuno volver a esta cuestión. Es frecuente la loa del boxeo o las “artes marciales” como forma de regeneración social o de canalización de la violencia en espacios donde la norma social ha sido deslegitimada, y urge que los “jóvenes violentos nihilistas” encuentren alguna forma constructiva de reencontrar su dignidad y reconducir sus vidas en valores socialmente aceptables. El espectáculo de dos hombres que luchan a la vista de una multitud, siempre ha despertado la atracción de masas ávidas de contacto con una experiencia primaria de agresión y sangre, de violencia y muerte potencial o real–. Recuerdo de muy niño haber acompañado a mi madre a los combates de boxeo que se organizaban anualmente en las fiestas de mi pueblo y haberme preguntado años después por lo que hacía que una mujer campesina, de una religiosidad antigua de práctica diaria, profesase aquella fascinación por el boxeo –y los toros–, aquella fascinación por la sangre (447).

Tras las revueltas –aquella “rebelión nihilista”– que acaecieron en el 2005 en varios suburbios de París y toda Francia, se hablaba de que

“… se ha querido convertir a nuestras sociedades en totalmente asépticas, sin riesgos, seguras y protegidas en todo ámbito… y esto es peligroso. Estas explosiones juveniles en Francia son la expresión del hecho de que no sirve de nada evacuar completamente la violencia, sino que, al contrario, hay que encontrar los medíos para “homeopatizarla”. En toda la cuenca mediterránea existe la tradición de saber ritualizar la violencia…” (448).

Y este notable sociólogo hablaba de lo positivo, en este sentido, de las novatadas en cuarteles y escuelas, etc. Poco después se daba a conocer el éxito de un gimnasio de boxeo en la regeneración de uno de estos suburbios:

“La historia de Stephanie y del gimnasio de Pavé-neuf es extraordinaria. Muestra cómo sigue siendo posible reconstruir la dignidad; cómo una persona de una sola pieza, decidida y dispuesta a llegar hasta el final, que conoce su oficio y cree en las personas, es capaz de crear un espacio físico y mental sobre el que los jóvenes se puedan reconstruir” (449).

Los protagonistas de este reportaje, además de su promotor, eran dos jóvenes que habían conseguido un campeonato del mundo en kick boxing y otro de Francia en boxeo francés. Son historias que se repiten y que han encontrado eco en numerosas narraciones literarias o de cine (450).

No pongo en duda que alrededor de un entrenamiento exigente con un fuerte liderazgo y con todos los componentes del adiestramiento militar se “forman hombres” que pueden encontrar un marco para reconvertirse en ciudadanos de provecho –los fuertes sentidos de pertenencia religiosa o patriótica suelen ser los otros dos elementos con los que se cementa esta formación–. Y que el pánico que se despierta en los ciudadanos de bien cuando arden las calles, se transforme en consideraciones admirativas y paternalistas cuando alguien toma sobre sus hombros tales tareas de reeducación. Intentaré mantenerme otra vez a salvo de consideraciones moralistas. Pero me interesa, antes de continuar, dejar en el aire la pregunta sobre los verdaderos valores que se fomentan en esas situaciones: ¿de qué se está tratando en realidad?

Dicho esto, y antes de entrar en pautas más sistematizadas, apuntaré algunas consideraciones alrededor de las condiciones de contacto marcial, desde el interior de la práctica. Son las condiciones en las que dicha práctica está en situación de aprovechar lo que considero como su indudable potencial:

  • El contacto marcial no puede ser tratado como si fuese un simple intercambio lúdico, aunque esto no quita que este ambiente pueda ser muy útil a la hora de estimular el contacto, superando las barreras más superficiales de miedo al mismo. Insistir demasiado en que “sólo es un juego”, tiene el sentido de conjurar los peligros de la agresión, pero también el imposible intento de eludir su complejidad.

  • Tampoco podemos reducirlo al aprendizaje de ciertas destrezas pautadas. Es fundamental combinar cualquier aprendizaje técnico con la práctica de contacto en un marco no pautado, incluso cuando nuestro nivel técnico sea bajo.

  • La capacidad de lectura o reconocimiento de la situación creada en cada encuentro es la condición básica para un progreso y su punto de partida. Esto implica cierta capacidad de establecer los límites de la situación y un entrenamiento dirigido a facilitar tal sensibilidad. Cuando encaro a un compañero debo reconocer en qué distancia me puedo mover, a qué velocidad, con qué intensidad… Y este reconocimiento debe ser mutuo para encontrar un espacio en el que establecer el intercambio, si éste pretende ir más allá de la mera constatación del poderío o la habilidad de los que lo comparten.

  • Una vez más debemos ser conscientes de que el aprendizaje de las técnicas de lucha, siempre estará atravesado por una situación paradójica. Por un lado, es su eficacia –la posibilidad potencial de resolver una situación de agresión “real”– la que establece la medida de la corrección de una técnica. Pero, por otro lado, descartamos que tal eficacia sea el criterio final. Será el resto de las variables de intercambio controlado y sensible a uno mismo y al otro son las que permiten una lectura finalmente más interesante por humana: ¿cuál es el precio energético –físico, emocional, de relación– que estoy pagando con mi actitud en este contacto o enfrentamiento?, ¿cuál es la lectura que hago de la situación en términos de economía energética? No se trata solamente de poder realizar lecturas de situación en estrictos términos de lucha –ahí volveríamos a una condición reptiliana–, sino incorporarlos a las innumerables variables que establece nuestra condición humana.

  • Las dos pautas básicas inconscientes de defensa, frente a una agresión que se vive desde la impotencia –la otra cara de la afirmación del poder–, son las tendencias a la rigidez y la ausencia. Por eso, estos son los dos referentes básicos que uno debe percibir en el intercambio: ¿Estoy viviendo la situación como amenazante y tiendo a la rigidez, o tiendo a la evasión por la misma razón (451)?La rigidez se expresa en una repetición compulsiva de las mismas respuestas, sin adecuación de las mismas al estímulo que las provoca –tanto en los gestos como en el ritmo–, en la acumulación de tensión que se vive como carga que quiere explotar aunque se contenga...

  • La evasión se expresa en falta de atención, en dispersión del movimiento...

  • Junto a ello, debemos reconocer como legítimos todos los posicionamientos tanto propios como los del otro. Nadie puede imponer o juzgar la disponibilidad de otro para un intercambio, ni su sentimiento de vulnerabilidad.

  • En cuanto que la sobrecarga agresiva es un mal que a todos nos incumbe, debemos partir de que la práctica del contacto agresivo va a llevarnos a un espacio delicado, habitualmente imposible de dilucidar en el propio terreno de la lucha física. Además de la destreza y la experiencia, será nuestro nivel de elaboración e integración de las pulsiones agresivas lo que abrirá o limitará nuestras posibilidades de vivirlo con sus connotaciones de intercambio creativo. Lo que nos permitirá entrar en profundidad en cierto espacio ritual (452) que esta práctica nos permite explorar.

No puedo evitar ahora, antes de terminar con este asunto, hacer una consideración sobre la participación de la mujer en este tipo de entrenamiento. Lo ya dicho (453) pueda servir de consideración previa. Sin embargo, es evidente que además de las resistencias condicionadas por los elementos históricos a los que me he referido, las mujeres en general tienen una mayor dificultad en que un gesto físico agresivo encuentre su camino de expresión. Es como si antes de que tal gesto pueda vivirse con naturalidad, tuvieran que superar una resistencia atávica a realizarlo, e intuyo que eso no es ajeno a las consideraciones que venimos realizando. Tengo la impresión de que, además de lo que a cada mujer pueda aportar a título individual una experiencia de contacto marcial, los hombres como género accedemos a elementos fundamentales para la comprensión de nuestras pautas agresivas cuando tenemos la oportunidad de realizar este trabajo de contacto con mujeres. Opino que lo contrario también es cierto, aunque son ellas las que lo tendrán que corroborar.

Bajemos ahora al terreno donde se trata en primer lugar de exteriorizar este potencial agresivo, y de describir algunas de las variables fundamentales en las que tratamos de movernos en el mismo en el entrenamiento del tai chi chuan.

 


NOTAS

(447) Volveré a esta cuestión en el excurso 3, Por qué un ring te hace enloquecer, pág. 383 ss.

(448) Entrevista a Michel Maffesoli, Una mirada a la violencia social por Vicente Verdú en El País Semanal, 2007.

(449) Golpe a la exclusión, un reportaje en El País Semanal también de 2007, J. M. Martí Font.

(450) Aunque en estos casos se suele tratar más bien de actitudes esteticistas que explotan la fuerza y “belleza” de estas historias (Toro Salvaje de Scorsese o Millon Dollar Baby de Eastwood son sólo dos de las más conocidas en el cine).

(451) Hay que señalar aquí que el término “evasión” es aquí insuficiente para describir el estado de inhibición que genera la vivencia de una situación con alto potencial agresivo. Incluso grandes luchadores entran en un estado de ausencia cuando la fuerza –a menudo psíquica– de su contrario ha demostrado una superioridad intratable. En ese instante, el púgil baja los brazos y, con frecuencia, recibe un castigo desproporcionado a su condición (se correspondería al gesto de sometimiento de los animales de la misma espacie en liza que, para reconocer la superioridad de otro, le ofrecen su cuello. Ocurre que sólo la perversión humana se muestra incapaz de leer esa situación y puede continuar con el castigo, incluso hasta la muerte del contrincante).

(452) Espacio que enmarca o facilita una percepción enriquecida de las variables internas y externas de la situación que estamos viviendo.

(453) Ver capítulo 97, Hombre, mujer y marcialidad. (pág. 330 ss.).

 

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