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Área 1: cuerpo y trabajo corporal

 

Un’altra Pietà

Nuestras tías, y lo mismo nuestras madres,
reparaban tarde en la importancia de la vida,
nunca antes de los setenta o de los sesenta,
y estupefactas ante aquel descubrimiento,
perdían la cabeza durante varias semanas:
olvidaban la cita de los jueves con sus hijos
hacían compras tontas en el supermercado,
hablaban por teléfono a gritos, interminablemente
como si en su patio hubiesen visto un ovni.

Más tarde, dispuestas a recuperar su tiempo,
nuestras tías, y lo mismo nuestras madres,
daban su nombre para las clases de gimnasia
promovidas por el ayuntamiento, “soy Mengana
por favor no me pregunte la edad que tengo”:
a partir de entonces, bailaban al compás
de los números, dando carreras, chillidos, saltos,
Uno, Dos, Uuno Dos Tres y Arriba, Uno Dos.
El polideportivo recogía sus risas con frialdad.

Cumplidoras fieles de las órdenes del profesor
seguían adelante con sus carreras, chillidos, saltos,
y, de vez en cuando se marchaban todas a cenar
dejando el chándal y vistiéndose con elegancia;
luego, un día, se mareaban durante el desayuno
y caían redondas en brazos de uno de sus hijos;
morían poco después, a primera hora de la mañana,
mientras sus amigas, en el polideportivo, coreaban
el Uno Dos, Uuno Dos Tres y Arriba, Uno Dos.

                                               Bernardo Ataxaga

 

En la distancia que me propongo tomar, comenzar hablando de una generalidad (el cuerpo) y de algo tan inespecífico como el trabajo corporal, tiene una clara intención: el tai chi chuan, lo mismo que otras disciplinas de origen muy variado, son hoy parte de la oferta que se propone a cualquier ciudadano occidental (nuestras tías, y lo mismo nuestras madres…). Si uno se acerca a una instalación deportiva pública o privada, se encontrará con actividades atléticas y gimnásticas en una gama que va desde los llamados deportes de masas (no porque los practiquen grandes masas, sino porque ocupan un amplio espacio en los medios de comunicación y sirven de espectáculo a las mismas), y los deportes olímpicos (donde se incluyen deportes marciales), a otros más cercanos al mantenimiento o la rehabilitación fisioterapéutica. Desde el niño que comienza en su escolarización cada vez más temprana, hasta el anciano, incluso cuando está relativamente incapacitado en su movilidad, todo el mundo es empujado hoy a “practicar deporte”, como una de las condiciones casi ineludibles para una “vida saludable”. Practica deporte, cuídate, y vive saludablemente son identificados, en una interesada mezcla de criterios razonables con otros deliberadamente manipulados y cuestionables.

El tai chi chuan no sería hoy lo que es entre nosotros sin este fenómeno de los últimos tiempos en las sociedades post-industriales ricas.

(Conviene recordar aquí que, antes de llegar a esta situación, el taichi ya se había convertido en actividad de masas por decisión del régimen maoísta chino. La extensión del ejercicio físico del ejército a la sociedad civil altamente militarizada era patrimonio de los sistemas políticos más descaradamente totalitarios, tanto fascistas como comunistas en lo que fue el siglo XX. Sin reparar en las circunstancias en que se practicaba masivamente, algunos ojos occidentales, ávidos de sabiduría oriental, vieron en este fenómeno una elocuente expresión de “adhesión a tradiciones milenarias” y de “fusión cuerpo-mente en las masas de Oriente”).

Para empezar, y antes de entrar en matices, el taichi es hoy ante todo una de las decenas de actividades físicas o deportivas que están al alcance del ciudadano y que éste se ve estimulado/alentado/presionado a practicar como parte de sus quehaceres cotidianos. El taichi ha estado presente en la adecuación de nuestras sociedades a esta oferta y demanda de actividades físicas con algunas características que le han permitido ocupar un espacio considerable junto a otras disciplinas. Ha llegado a situarse probablemente en el primer lugar entre el conjunto de disciplinas corporales de origen oriental: su carácter blando, adecuado a un perfil amplio de edades, sus efectos saludables en la forma de tratar postura y movimiento y, por fin, el innegable atractivo de lo exótico con el que venía aderezado, han contribuido a ello.

El tai chi chuan, considerado como una de las “artes marciales” de carácter “interno” que se hizo famoso entre algunos círculos nacionalistas chinos hace poco más de cien años por la destreza de sus practicantes más notables, ha merecido una gran cantidad de peregrinajes a los orígenes por parte de sus más entusiastas divulgadores en Occidente. Una práctica “transmitida en secreto dentro de algunas familias chinas”, se encuentra hoy convertida en un plato más de la amplia comida para llevar de los gimnasios, polideportivos y centros de wellness de nuestros barrios.

Estas circunstancias que pocos se atreverán a negar, serán pues el necesario punto de partida para el tratamiento del taichi como “trabajo corporal”. En otras palabras, ¿qué es el cuerpo que va a consumir ese “alimento”? Y este cuerpo, ¿en qué se parece o se diferencia del de los que desconocían por completo tales quehaceres, o del de los que crearon y desarrollaron esta disciplina en otro contexto de tiempo y latitud? ¿No habrá ocurrido que estas transformaciones en el contexto y las circunstancias han alterado sustancialmente la naturaleza de la práctica misma, de lo que algunos se atreven a señalar como su “esencia”?

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